Por la
escalera
oigo pasos.
Suben dejando
una pequeña huella
en el aire y desaparecen.
Después un portazo. Después alguien baja. Son tacos de mujer.
Pasos lentos. La mujer parece clavar cada escalón con el martillo
de sus tacos. Deben ser negros sus zapatos. Adivino una pollera,
el peso de una cartera bajo la axila derecha. La mujer camina hacia
la puerta de entrada: la puerta de salida, para ella. Se cruza con un
hombre al que conoce. Lo saluda. A él apenas alcanzo a oírlo. Ella
le dice que los escalones ya están clavados y que tenga cuidado con
los pasos que dejó un hombre hace unos minutos al subir.
En realidad, ella le dice al hombre otra cosa pero no puedo oírla y
como quería escribir esto que ahora escribo, imagino el diálogo.
Así las cosas, el hombre le contesta: lo que no harías si hubiera un
ascensor en este edificio.
Aire de mujer. Cortinas que baila el viento. Tendedero: se soltó de
su broche un bretel del vestido azul y nos deja ver la tortuga que
camina de perfil en busca de sombra.
Se ha vendido el terreno vacío donde imaginé una casa y sus
habitantes. Tendremos que mudarnos.
Salir malherido, casi herido de muerte, después de haber visto los
cuadros que Goya pintó sobre la guerra.
Ella me hablaba de modas. Y de lo mal que la trataba el vidrierista.
No pude dejar de imaginar un alegre diálogo con ella desde que la
vi en la vidriera de la casa de ropa. Qué hermoso maniquí era.
Hasta tuve la tentación de entrar al local y preguntar por su nombre.
Se la expulsa del mismo modo que nos quitamos una venda.
Una vez instalada en el aire, la herida encontrará su lugar en algún
hueco de las horas.
Respirar a conciencia. Inhalar el aire con sumo cuidado de modo
que no quede parte nuestra entre los estantes del aire. Una vez
completos, echarse a dormir, despreocuparse, soñar con lo puesto.
viernes, diciembre 26, 2008
domingo, diciembre 21, 2008
Notas para un poema XVI
Un caballo, dos peones y más allá una torre. Las demás piezas
no se ven. Alguien debió olvidar las cuatro piezas al guardar el
juego. El resto: el pino, la casita, los dos perros, el carro, el
tendedero, el pozo de agua y la mujer que extrae agua de él no son
piezas de ajedrez.
Abro el libro Aire nuestro-Clamor y me pongo a juntar los
deliciosos Tréboles de Jorge Guillén. “Toma, toma, tuyo es todo,
iris, clavel, alhelí”
Se ha secado el árbol donde murió el ahorcado. A sus pies hay
ahora una cruz para que no todo sea leña del olvido.
Recorto por la línea de puntos los versos sueltos que dejó Javier
Villafañe para guardar en un sobre y hacer un poema. La idea,
según se consigna, pertenece a William y Pérez S.A. para el
hombre solo. De hecho, es para reemplazar el juego del solitario.
Barajo los versos como se aconseja –no sin antes ponerme el ojo
izquierdo de Javier-, y con todos ellos, que son veintiuno, formo el
siguiente poema:
estoy llamándote
bruja
la busco
en un humo mojado
de unos tigres
un engaño en la selva
enredaderas
la sota y el caballo se escapan de los dedos
me hielo hasta detrás del frío
unos hierros una lengua acariciando el ocio
y la encuentro
un zapato con ceniza y lluvia
su pequeña altura
de lápiz de cuaderno de catedral sin pájaros
doliéndome su mano mi sombra
de gata salvaje
es un viento de uvas en la frente
un ajedrez donde el alfil no es torre
y la sigo buscando con ella al lado
invéntame un azul de tocar
donde señalo con el índice podés leer: “te amo”
no se ven. Alguien debió olvidar las cuatro piezas al guardar el
juego. El resto: el pino, la casita, los dos perros, el carro, el
tendedero, el pozo de agua y la mujer que extrae agua de él no son
piezas de ajedrez.
Abro el libro Aire nuestro-Clamor y me pongo a juntar los
deliciosos Tréboles de Jorge Guillén. “Toma, toma, tuyo es todo,
iris, clavel, alhelí”
Se ha secado el árbol donde murió el ahorcado. A sus pies hay
ahora una cruz para que no todo sea leña del olvido.
Recorto por la línea de puntos los versos sueltos que dejó Javier
Villafañe para guardar en un sobre y hacer un poema. La idea,
según se consigna, pertenece a William y Pérez S.A. para el
hombre solo. De hecho, es para reemplazar el juego del solitario.
Barajo los versos como se aconseja –no sin antes ponerme el ojo
izquierdo de Javier-, y con todos ellos, que son veintiuno, formo el
siguiente poema:
estoy llamándote
bruja
la busco
en un humo mojado
de unos tigres
un engaño en la selva
enredaderas
la sota y el caballo se escapan de los dedos
me hielo hasta detrás del frío
unos hierros una lengua acariciando el ocio
y la encuentro
un zapato con ceniza y lluvia
su pequeña altura
de lápiz de cuaderno de catedral sin pájaros
doliéndome su mano mi sombra
de gata salvaje
es un viento de uvas en la frente
un ajedrez donde el alfil no es torre
y la sigo buscando con ella al lado
invéntame un azul de tocar
donde señalo con el índice podés leer: “te amo”
domingo, diciembre 14, 2008
El libro en sociedad
A partir de ahora pueden conseguir el libro online en Ed. Dunken
El jueves 11 Musas Extraviadas empezó a andar camino.
Lo recibieron con sonrisas y oídos atentos. Amigos todo ojos
y toda dicha se abrazaron a esta celebración de echar al aire
este conjunto de poemas que hace tiempo pedían papel y
estantes, mesitas de luz o viajes, pases de manos y carteras,
otros escritorios, otras vitrinas, caminar bajo otros brazos,
nuevas compañías, nuevas bocas de decir, nuevos o renovados
ojos en que reflejarse, caminar, habitar, vivir.


Lo recibieron con sonrisas y oídos atentos. Amigos todo ojos
y toda dicha se abrazaron a esta celebración de echar al aire
este conjunto de poemas que hace tiempo pedían papel y
estantes, mesitas de luz o viajes, pases de manos y carteras,
otros escritorios, otras vitrinas, caminar bajo otros brazos,
nuevas compañías, nuevas bocas de decir, nuevos o renovados
ojos en que reflejarse, caminar, habitar, vivir.

Fuimos pocos en el encuentro pero muchos en calidad y
calidez. Estuvieron latentes los deseos y las almas de las
amigas y amigos de fuera del país y los de dentro que me
quedan lejos y están tan cerca con sus palabras y apoyo.


Fue jueves y hora 19 y diciembre y caos vehicular y finales de
toda cosa y asunto y con corridas y apuros. Todo esto conspiró
para que no llegaran o no pudieran acercarse más amigos a la
presentación. Los que asistieron –gratitud eterna a ellos- me
demostraron su felicidad con creces. Me brindaron su alegría
inagotable, fresca, su voluntad de acompañarme en este y otros
sueños, su presencia querida, esa presencia de mano tendida
por nada, de alma dispuesta al vuelo de la poesía, del encuentro
con otras almas para celebrar las bellas cosas. Esa presencia que
dice: No estás solo. Estamos con vos. Vamos de la mano.

Fue un enorme placer leer y sentir la respuesta instantánea de
parte de los amigos: generosa, encendida durante y al final de
cada uno de mis poemas.
Que me acompañara la escultura de Patricia, de pie, entrañable y
bella en la mesa, luminosa, y haber podido juntar su obra con la
mía y hacer una sola obra. Todo un conjuro contra cualquier
abandono de musas, o más bien toda una invitación a que se
amiguen definitivamente conmigo.


El libro empieza con sus primeros pasos. Gatea y de a poco
da un paso, otro y otro más Parece que va caminar y abre las
manos como para alzarse en vuelo. Parece que va a saltar sobre
una rayuela esquiva y se retrae ante tanta nueva luz que invita a
mejores ceremonias y que sin embargo encandila. Tiene la piel
nueva y empieza a acostumbrarse a las caricias. Tiene la boca
grande como para decir una montaña de palabras y en ese impulso
pretende bailar entre almas como una serpentina loca. No sabe
hasta dónde lo llevará su envión de aeroplano ni en qué lugares
echará raíces. Pocas cosas sabe. Y una sola certeza lo acompaña:
la de saber que la poesía está viva, y que son muchos los que
viven por ella.
da un paso, otro y otro más Parece que va caminar y abre las
manos como para alzarse en vuelo. Parece que va a saltar sobre
una rayuela esquiva y se retrae ante tanta nueva luz que invita a
mejores ceremonias y que sin embargo encandila. Tiene la piel
nueva y empieza a acostumbrarse a las caricias. Tiene la boca
grande como para decir una montaña de palabras y en ese impulso
pretende bailar entre almas como una serpentina loca. No sabe
hasta dónde lo llevará su envión de aeroplano ni en qué lugares
echará raíces. Pocas cosas sabe. Y una sola certeza lo acompaña:
la de saber que la poesía está viva, y que son muchos los que
viven por ella.
Voy a subir más fotos en Aforismos.
Por favor dense una vuelta por el blog de Abril
y también las imágenes que subió Cruzagramas que están buenísimas. Click aquí
y vean el hermoso post que me dedicó.
Saludos, besos y abrazos.
miércoles, diciembre 03, 2008
Presentación de MUSAS EXTRAVIADAS
EL jueves 11 de diciembre a las 19:00 hs.
en Editorial Dunken (Ayacucho 357)
presento mi libro Musas Extraviadas.
Las amigas y los amigos que a menudo visitan mis blogs están
todos invitados. Y a los que no viven en Argentina o viven lejos
de Buenos Aires y lamentablemente no pueden asistir les comunico
-en el caso de que deseen adquirir el libro- que colocaré más
adelante el link de la editorial donde podrán conseguir el libro por
internet.
Dunken distribuirá el libro en algunas librerías –ya comunicaré en
cuales-, además de venderlo en su propia sede.
Sería una gran alegría para mí que asistieran.
Más información en el precioso post que me dedica Cruzagramas
y vean también el regalo que me hace el Oso Conocido pinchando abajo:
http://poesiaoalgoasi.blogspot.com/
Los espero a todos.
Máximo.
viernes, noviembre 28, 2008
Notas para un poema XV
Un verso-llave-espejo. No para mirarse, sino para ver cuántos
somos.
…y de pronto no pensar. Reír como un vestido de verano al que se
le ha volcado todo el sol encima.
Cuando no hago pie en un sistema, metamorfoseo. Me adhiero con
mis tentáculos, salto como un canguro, sacudo mis alas, si es que
las encuentro. Porque a veces uno no busca lo que encuentra y por
más que busque si uno no quiere encontrar nada se topará con otras
cosas: una puerta cerrada a los pies de la cama, la nariz de un payaso
en medio de un plato de tallarines, una jirafa en la cocina, ese viejo
par de guantes en un último cajón de la cómoda que nos mira como
dispuesto a darnos una mano.
El reloj de pared se detuvo a las 10: 14. Hay relojes que no resisten.
Sea la hora que fuera se detienen exactamente en punto en el hueco
de las horas.
El muchacho del andén nada olas, trepa una pena de estación, se
sumerge en la miel de la melancolía. El muchacho del andén
naufraga al anochecer, se toma de los vértices del aire, se hace luna
y pincela los rieles, los durmientes, las horas.
¿Quién no se ha quedado en una estación cuando el tren se va con
nosotros y nos quedamos mirando el andén por la ventanilla?
Cómo explicar, Alejandra, que partió un barco de mí sin llevarme.
Con palabras de este mundo apenas me mantengo a nivel de la
marea. Con palabras de este mundo parto de mí, llevándome, como
quien no tiene otra cosa que ponerse.
Un árbol atado a un caballo la inmensa pradera florece relincho
pensado en el aire ya es pelota que atajan las ramas las ramas bailan
de ser ramas y bailan un viento silbador un árbol atado a un caballo
no se volará así nomás o al menos no lo hará sin llevarse al caballo
a caballo tampoco el caballo es ancla y todo árbol que se precie
puede ser pájaro y relinchar o ser caballo y decir pío si es que no
prefiere ser otra cosa cualquier otra cosa por la inmensa pradera
florecida el cielo el aire los astros.
somos.
…y de pronto no pensar. Reír como un vestido de verano al que se
le ha volcado todo el sol encima.
Cuando no hago pie en un sistema, metamorfoseo. Me adhiero con
mis tentáculos, salto como un canguro, sacudo mis alas, si es que
las encuentro. Porque a veces uno no busca lo que encuentra y por
más que busque si uno no quiere encontrar nada se topará con otras
cosas: una puerta cerrada a los pies de la cama, la nariz de un payaso
en medio de un plato de tallarines, una jirafa en la cocina, ese viejo
par de guantes en un último cajón de la cómoda que nos mira como
dispuesto a darnos una mano.
El reloj de pared se detuvo a las 10: 14. Hay relojes que no resisten.
Sea la hora que fuera se detienen exactamente en punto en el hueco
de las horas.
El muchacho del andén nada olas, trepa una pena de estación, se
sumerge en la miel de la melancolía. El muchacho del andén
naufraga al anochecer, se toma de los vértices del aire, se hace luna
y pincela los rieles, los durmientes, las horas.
¿Quién no se ha quedado en una estación cuando el tren se va con
nosotros y nos quedamos mirando el andén por la ventanilla?
Cómo explicar, Alejandra, que partió un barco de mí sin llevarme.
Con palabras de este mundo apenas me mantengo a nivel de la
marea. Con palabras de este mundo parto de mí, llevándome, como
quien no tiene otra cosa que ponerse.
Un árbol atado a un caballo la inmensa pradera florece relincho
pensado en el aire ya es pelota que atajan las ramas las ramas bailan
de ser ramas y bailan un viento silbador un árbol atado a un caballo
no se volará así nomás o al menos no lo hará sin llevarse al caballo
a caballo tampoco el caballo es ancla y todo árbol que se precie
puede ser pájaro y relinchar o ser caballo y decir pío si es que no
prefiere ser otra cosa cualquier otra cosa por la inmensa pradera
florecida el cielo el aire los astros.
sábado, noviembre 22, 2008
Notas para un poema XIV
Ingresa al vagón del tren y anuncia:
-¡Sólo el amor salvará al mundo!
Se sienta en un banquito y apoya el bandoneón en sus rodillas.
Repite: só-lo el a-mor sal-va-rá al mun-do.
Arremete con una zamba, que dedica a los maestros, y luego toca
Malena. Cuanto termina pasa una bolsa de tela entre los pasajeros
en cuyo fondo ya hay unas monedas.
SÓLO EL AMOR SALVARÁ AL MUNDO.
Antes de bajar del tren, siento la tentación de preguntarle al
bandoneonista de qué cosas del mundo nos salvará el amor, pero
me voy silbando Malena.
El viejo proverbio dice que si sembrás arroz obtendrás arroz. Pero
el poeta debe sembrar una cosa y esperar otra. Sino qué gracia
tiene.
Su voz en cuclillas me tejía saquitos de lana.
Anoto que de lunes a viernes todos los días están en plural.
En cambio sábado y domingo gozan de una singularidad
personalísima.
Las rejas y las puertas cerradas se veían así:
TttttttttttttttttHHttttttttttttttttT
Atrás se alzaba el castillo y la pieza de ella con su ventana abierta
de par en par. Salté, sí, pero ocurrió un imprevisto y debí escapar
como pude. Esto es atravesando las rejas:
TttttttttCttttttHHttttttttttttttttT
(Nótese el agujero que dejé al pasar)
El perro, siempre el perro, debí adivinarlo.
Está bien, de acuerdo señor bandoneonista del tren: sólo el amor
salvará al mundo. (Paso mi bolsa invisible por entre los cajeros
automáticos del banco Santander Río)
-¡Sólo el amor salvará al mundo!
Se sienta en un banquito y apoya el bandoneón en sus rodillas.
Repite: só-lo el a-mor sal-va-rá al mun-do.
Arremete con una zamba, que dedica a los maestros, y luego toca
Malena. Cuanto termina pasa una bolsa de tela entre los pasajeros
en cuyo fondo ya hay unas monedas.
SÓLO EL AMOR SALVARÁ AL MUNDO.
Antes de bajar del tren, siento la tentación de preguntarle al
bandoneonista de qué cosas del mundo nos salvará el amor, pero
me voy silbando Malena.
El viejo proverbio dice que si sembrás arroz obtendrás arroz. Pero
el poeta debe sembrar una cosa y esperar otra. Sino qué gracia
tiene.
Su voz en cuclillas me tejía saquitos de lana.
Anoto que de lunes a viernes todos los días están en plural.
En cambio sábado y domingo gozan de una singularidad
personalísima.
Las rejas y las puertas cerradas se veían así:
TttttttttttttttttHHttttttttttttttttT
Atrás se alzaba el castillo y la pieza de ella con su ventana abierta
de par en par. Salté, sí, pero ocurrió un imprevisto y debí escapar
como pude. Esto es atravesando las rejas:
TttttttttCttttttHHttttttttttttttttT
(Nótese el agujero que dejé al pasar)
El perro, siempre el perro, debí adivinarlo.
Está bien, de acuerdo señor bandoneonista del tren: sólo el amor
salvará al mundo. (Paso mi bolsa invisible por entre los cajeros
automáticos del banco Santander Río)
sábado, noviembre 15, 2008
Notas para un poema XIII
Querida Gloria Fuertes:
Disculpe usted que irrumpa intempestivamente distrayéndola de
sus quehaceres celestiales. Acudo a usted en su carácter de Poeta
de guardia para que me sepa aconsejar y orientar acerca de unos
problemas que me aquejan.
Verá: hace tiempo que padezco unos versos imprecisos, de una
inanidad que es como para agarrarse de los pelos, estoy seco de
metáforas e ideas y mis poemas renguean, dan dos pasos y se
desmoronan como castillos de naipes. Por otra parte, acuden a mí
ciertos seres de un bestiario ignoto y no sé qué hacer con ellos.
No tienen alas ni cola y se difuman no bien empiezo a escrutarlos.
Se guarecen tras los libros de mi biblioteca, me rehúyen, juegan a
las escondidas, y cuando creo que están bajo un Lezama Lima,
salen por detrás de un Maiakovski. En fin, que me tienen de centro
de sus bromas. De las musas ni hablar: se cruzan de vereda cuando
me ven venir, mantienen una posición irreductible y algunas hasta
se hacen las ofendidas, mire usted.
Bueno, todo esto en cuanto a mí, pero no querrá saber cómo
marchan las cosas en el mundo –si es que en verdad no lo sabe-.
No, no quisiera perturbarla con una lata interminable y con noticias
que sobrecogerían al más templado de los hombres.
Usted me dirá qué debo hacer, queridísima Gloria, si es que está
usted dispuesta a ayudarme. En su defecto, dígame por favor a
dónde debo dirigirme y con quien tratar. Desde ya muchas gracias.
Disculpe usted la molestia.
Mi cariño de siempre.
Máximo Ballester
Disculpe usted que irrumpa intempestivamente distrayéndola de
sus quehaceres celestiales. Acudo a usted en su carácter de Poeta
de guardia para que me sepa aconsejar y orientar acerca de unos
problemas que me aquejan.
Verá: hace tiempo que padezco unos versos imprecisos, de una
inanidad que es como para agarrarse de los pelos, estoy seco de
metáforas e ideas y mis poemas renguean, dan dos pasos y se
desmoronan como castillos de naipes. Por otra parte, acuden a mí
ciertos seres de un bestiario ignoto y no sé qué hacer con ellos.
No tienen alas ni cola y se difuman no bien empiezo a escrutarlos.
Se guarecen tras los libros de mi biblioteca, me rehúyen, juegan a
las escondidas, y cuando creo que están bajo un Lezama Lima,
salen por detrás de un Maiakovski. En fin, que me tienen de centro
de sus bromas. De las musas ni hablar: se cruzan de vereda cuando
me ven venir, mantienen una posición irreductible y algunas hasta
se hacen las ofendidas, mire usted.
Bueno, todo esto en cuanto a mí, pero no querrá saber cómo
marchan las cosas en el mundo –si es que en verdad no lo sabe-.
No, no quisiera perturbarla con una lata interminable y con noticias
que sobrecogerían al más templado de los hombres.
Usted me dirá qué debo hacer, queridísima Gloria, si es que está
usted dispuesta a ayudarme. En su defecto, dígame por favor a
dónde debo dirigirme y con quien tratar. Desde ya muchas gracias.
Disculpe usted la molestia.
Mi cariño de siempre.
Máximo Ballester
sábado, noviembre 08, 2008
Notas para un poema XII
Notas para un poema que no terminaré nunca.
Bollos de papel en el cesto de la basura. Me queda un solo
fósforo. Pero lo froto contra una gota de agua. He aquí toda mi
poesía.
Suena el teléfono: es mi madre. Está triste. Me habla de mi
hermana. Me pregunta cómo estoy. Estoy bien, escribiendo.
Le pregunto por Dios. Él anda bien, a pesar de todo.
Me acaban de avisar que los habitantes de la casa que imagino en
el terreno vacío se fueron de vacaciones. Colocaron un cartel
enorme en la puerta los muy imprudentes. Y se olvidaron del gato.
Días nublados, destemplados, grises. Una humedad que llora en
las baldosas, en cada palmo de las plantas. Humedad que cuelga
de las ropas. Humedad de vencido. Humedad de ojos taciturnos.
Humedad de medias transpiradas. Humedad que se pega a las caras,
a las manos, al saludo, a los pasos, a los papeles cotidianos, a los
techos, a las bisagras de las puertas. Humedad nadada por un
muchacho en un andén por donde pasa un tren dejando olas.
En la parada de colectivos se me acercó una paloma para comer
restos de una galletita que estaban esparcidos a mis pies.
Caminaba con cautela hacía mí. Aun así se me acercó demasiado.
¿Cómo es que no le di miedo? ¿Habrá pensado que yo estaba
muerto?
¿Qué había en el aire? ¿Vestidos con toda una primavera encinta?
¿Lluvias que no eran? ¿Alguien lloraba para que yo pronunciara
su nombre? En el aire escuché voces distintas. Me llamaron tres
veces en tres distintos lugares. ¿Quién más sabe mi nombre?
¿Qué más se me dará por descifrar entre las ramas de esos árboles?
Trepar la pena con uñas de felino, desgarrarla, tumbarla de
espaldas. Trepar la pena más allá de la pena, más allá de las
gelatinas del aire de la pena. Treparla como si fuésemos a
desnucarla de un sólo beso trasnochado en la yugular. Treparla
como si estuviese en bragas. Sorprenderla de espaldas y
preguntarle quién soy, cómo me llamo. Tomarla de las nalgas, los
pelos, los pezones. Amasarla, moldearla hasta dislocarla en un
rapto de éxtasis furibundo. Apretarla hasta que quepa en una mano.
Arrojarla al río o de un puente o de un décimo piso o a las vías del
tren. Como sea pero bien lejos. Que tarde un poco más en volver a
encontrarnos. Y cuando inexorablemente dé con nosotros, no
sucumbir a su bruma, a su aire de vacío, a sus palas cavadoras,
a sus ardides de hembra despechada. Y que no crea ni por un
segundo que morimos por su abrazo. Y que ni loca piense que
volveremos a treparla.
Bollos de papel en el cesto de la basura. Me queda un solo
fósforo. Pero lo froto contra una gota de agua. He aquí toda mi
poesía.
Suena el teléfono: es mi madre. Está triste. Me habla de mi
hermana. Me pregunta cómo estoy. Estoy bien, escribiendo.
Le pregunto por Dios. Él anda bien, a pesar de todo.
Me acaban de avisar que los habitantes de la casa que imagino en
el terreno vacío se fueron de vacaciones. Colocaron un cartel
enorme en la puerta los muy imprudentes. Y se olvidaron del gato.
Días nublados, destemplados, grises. Una humedad que llora en
las baldosas, en cada palmo de las plantas. Humedad que cuelga
de las ropas. Humedad de vencido. Humedad de ojos taciturnos.
Humedad de medias transpiradas. Humedad que se pega a las caras,
a las manos, al saludo, a los pasos, a los papeles cotidianos, a los
techos, a las bisagras de las puertas. Humedad nadada por un
muchacho en un andén por donde pasa un tren dejando olas.
En la parada de colectivos se me acercó una paloma para comer
restos de una galletita que estaban esparcidos a mis pies.
Caminaba con cautela hacía mí. Aun así se me acercó demasiado.
¿Cómo es que no le di miedo? ¿Habrá pensado que yo estaba
muerto?
¿Qué había en el aire? ¿Vestidos con toda una primavera encinta?
¿Lluvias que no eran? ¿Alguien lloraba para que yo pronunciara
su nombre? En el aire escuché voces distintas. Me llamaron tres
veces en tres distintos lugares. ¿Quién más sabe mi nombre?
¿Qué más se me dará por descifrar entre las ramas de esos árboles?
Trepar la pena con uñas de felino, desgarrarla, tumbarla de
espaldas. Trepar la pena más allá de la pena, más allá de las
gelatinas del aire de la pena. Treparla como si fuésemos a
desnucarla de un sólo beso trasnochado en la yugular. Treparla
como si estuviese en bragas. Sorprenderla de espaldas y
preguntarle quién soy, cómo me llamo. Tomarla de las nalgas, los
pelos, los pezones. Amasarla, moldearla hasta dislocarla en un
rapto de éxtasis furibundo. Apretarla hasta que quepa en una mano.
Arrojarla al río o de un puente o de un décimo piso o a las vías del
tren. Como sea pero bien lejos. Que tarde un poco más en volver a
encontrarnos. Y cuando inexorablemente dé con nosotros, no
sucumbir a su bruma, a su aire de vacío, a sus palas cavadoras,
a sus ardides de hembra despechada. Y que no crea ni por un
segundo que morimos por su abrazo. Y que ni loca piense que
volveremos a treparla.
sábado, noviembre 01, 2008
Notas para un poema XI
Tiene algo de los cálculos de Einstein, de los devaneos de
Raskólnikov, del Dasein de Heidegger, del Aleph de Borges, del
ojo tajeado de el Perro andaluz de Buñuel el hueco que hay en las
horas.
El fondo de las cosas, dice Juarroz, no es la muerte o la vida.
Por esas orillas pasean las voces que oía Virginia Woolf. César
Vallejo hunde su mano y saca un muerto lleno de vida y nos
muestra algo del fondo de las cosas. Las cosas son las cosas.
Luego las cosas son lo que ponemos en las cosas. Luego las cosas
son las cosas. Pero el fondo no se ve: tenemos ojos ansiosos y los
ojos ansiosos suelen ser ojos de mirar. Pero intuyo que andan por
ahí los ojos que ya nos empezaron a nacer.
Un esternón abierto llena de luz el hospital. Es de noche. Pero los
pájaros que se oyen junto a las ventanas creen que ya ha amanecido.
Dos hombres encorvados siguen un camino de hormigas que parece
terminar en el fondo de las cosas. Es un Dante tomado de la mano
de un Virgilio: descienden por el hueco de las horas.
Un punto de fuga, un átomo encendido, un tris celestial, la unión
de dos voces que hacen un solo párpado, una sola llama. La
inauguración de lo ya vivido en los vértices del aire. Lo presente
se acuna, brilla de latido, ya es sed feroz de la memoria.
Una palabra por debajo de la puerta es una nueva puerta. Hay que
dejar la cama, el peine y las costumbres. Hay que vestirse de
argonauta. Soñar es preciso.
Voy a llamar a mi madre y le diré que sufrí un accidente: nací.
Un muchacho en el andén nada en sentido contrario la marcha del
tren al irse. Bracea las olas invisibles, agacha la cabeza y la vuelve
de costado. Su velocidad aumenta a medida que el tren aumenta su
marcha. Las olas invisibles lo despeinan, lo fatigan. Luego emprende
una caminata lenta. Lleno de aire.
Por el hueco de la tráquea de las horas baja la voz de mi abuelo
Luis: me pide que le patee una pelota.
Raskólnikov, del Dasein de Heidegger, del Aleph de Borges, del
ojo tajeado de el Perro andaluz de Buñuel el hueco que hay en las
horas.
El fondo de las cosas, dice Juarroz, no es la muerte o la vida.
Por esas orillas pasean las voces que oía Virginia Woolf. César
Vallejo hunde su mano y saca un muerto lleno de vida y nos
muestra algo del fondo de las cosas. Las cosas son las cosas.
Luego las cosas son lo que ponemos en las cosas. Luego las cosas
son las cosas. Pero el fondo no se ve: tenemos ojos ansiosos y los
ojos ansiosos suelen ser ojos de mirar. Pero intuyo que andan por
ahí los ojos que ya nos empezaron a nacer.
Un esternón abierto llena de luz el hospital. Es de noche. Pero los
pájaros que se oyen junto a las ventanas creen que ya ha amanecido.
Dos hombres encorvados siguen un camino de hormigas que parece
terminar en el fondo de las cosas. Es un Dante tomado de la mano
de un Virgilio: descienden por el hueco de las horas.
Un punto de fuga, un átomo encendido, un tris celestial, la unión
de dos voces que hacen un solo párpado, una sola llama. La
inauguración de lo ya vivido en los vértices del aire. Lo presente
se acuna, brilla de latido, ya es sed feroz de la memoria.
Una palabra por debajo de la puerta es una nueva puerta. Hay que
dejar la cama, el peine y las costumbres. Hay que vestirse de
argonauta. Soñar es preciso.
Voy a llamar a mi madre y le diré que sufrí un accidente: nací.
Un muchacho en el andén nada en sentido contrario la marcha del
tren al irse. Bracea las olas invisibles, agacha la cabeza y la vuelve
de costado. Su velocidad aumenta a medida que el tren aumenta su
marcha. Las olas invisibles lo despeinan, lo fatigan. Luego emprende
una caminata lenta. Lleno de aire.
Por el hueco de la tráquea de las horas baja la voz de mi abuelo
Luis: me pide que le patee una pelota.
sábado, octubre 25, 2008
Notas para un poema X
Convenimos, mi sombra y yo, en sentarnos a tomar una cerveza.
-Yo soy la espuma, dice ella.
Un hombre, una mujer y sus dos hijos habitan la casa que imaginé
en el terreno vacío. La mujer sube las escaleras con las bolsas del
mercado. El hombre sale a recibirla con harina en las manos y le
dice que ya terminó con el engrudo. En una de las ventanas,
los hijos montan una función de teatro de títeres con muñecos que
aún están frescos. El ojo de uno se desliza y cae en un macetero.
La señora levanta la cabeza desde la escalera y ve cómo uno de los
muñecos le está guiñando un ojo.
El poema que no me escribiste me está esperando tras una puerta
erigida en alguna parte del aire. No tengo la llave para abrirla.
Apenas un puñado de versos. Pero mis versos no abren puertas.
Sólo saben mirar por el ojo de la cerradura.
Adivina adivinador: ¿de quién es ese esternón abierto del que
emana tanta luz? (De mi padre)
333… 333… pasan las golondrinas de Joan Brossa.
Las golondrinas de Joan Brossa son tres y, antes de seguir hasta el
infinito, hacen verano en la página 74 de El tentetieso.
Argumento: un anciano camina con su bastón de madera por la
calle. Pasa una mujer hermosa y envuelve al anciano con su
perfume. El anciano queda boquiabierto y atropella mentalmente
unos versos de Homero Manzi. La mujer no acaba nunca de pasar:
su perfume teje rosas en el aire. Al bastón del anciano le crecen
dos hojitas inmaculadamente verdes.
Ahora tengo un puñado de ojos que me espían. Me ven escribir
que tengo un puñado de ojos que me espían y vuelven a hacerse
versos.
Pero no hay nadie en la rosa. No hay nadie en el zorzal. No hay
nadie en el plátano ni en la baldosa quebrada con grillo muerto.
He muerto de metáforas. Y mi sangre es miel de la melancolía.
-Yo soy la espuma, dice ella.
Un hombre, una mujer y sus dos hijos habitan la casa que imaginé
en el terreno vacío. La mujer sube las escaleras con las bolsas del
mercado. El hombre sale a recibirla con harina en las manos y le
dice que ya terminó con el engrudo. En una de las ventanas,
los hijos montan una función de teatro de títeres con muñecos que
aún están frescos. El ojo de uno se desliza y cae en un macetero.
La señora levanta la cabeza desde la escalera y ve cómo uno de los
muñecos le está guiñando un ojo.
El poema que no me escribiste me está esperando tras una puerta
erigida en alguna parte del aire. No tengo la llave para abrirla.
Apenas un puñado de versos. Pero mis versos no abren puertas.
Sólo saben mirar por el ojo de la cerradura.
Adivina adivinador: ¿de quién es ese esternón abierto del que
emana tanta luz? (De mi padre)
333… 333… pasan las golondrinas de Joan Brossa.
Las golondrinas de Joan Brossa son tres y, antes de seguir hasta el
infinito, hacen verano en la página 74 de El tentetieso.
Argumento: un anciano camina con su bastón de madera por la
calle. Pasa una mujer hermosa y envuelve al anciano con su
perfume. El anciano queda boquiabierto y atropella mentalmente
unos versos de Homero Manzi. La mujer no acaba nunca de pasar:
su perfume teje rosas en el aire. Al bastón del anciano le crecen
dos hojitas inmaculadamente verdes.
Ahora tengo un puñado de ojos que me espían. Me ven escribir
que tengo un puñado de ojos que me espían y vuelven a hacerse
versos.
Pero no hay nadie en la rosa. No hay nadie en el zorzal. No hay
nadie en el plátano ni en la baldosa quebrada con grillo muerto.
He muerto de metáforas. Y mi sangre es miel de la melancolía.
sábado, octubre 18, 2008
Notas para un poema IX
“Esa mujer no estaba en sus caníbales”, dice Mario Trejo.
“No molestarla que la melancolía ya tiene con sus abejas”.
Las abejas de la melancolía producen una miel desgarradora.
La miel de la melancolía es el placer de los osos solitarios.
Esa primera vez, cuando el poeta descubre el callar de las cosas, y se
une a ellas para palpar el silencio, tender sus sábanas innombradas
para luego cavar en sí mismo, ahí, donde hablan todas las cosas,
todos los nombres y toda la nada.
Cuando en el silencio no hay nadie cometemos cualquier acto con
tal de grabarnos como un signo vivo en la hoja en blanco del tiempo.
La metáfora de la metáfora de la metáfora lleva a un vacío, a un
nido de silencio, a una nada esbozada. Es un lugar infértil. Al poeta
le toca descomponerlo, desvirtuarlo, darle vida para matarlo.
El agujero en la tráquea de mi abuelo Luis tenía un hilo de baba
casi permanente en el borde inferior. Me horrorizaba. Por el
agujero, su voz apenas audible se abría paso desde una antigua
caverna, como por entre secas hojas de árboles muertos. Yo miraba
el agujero negro y me preguntaba qué había más allá, a dónde
conducía ese túnel lleno de misterio.
Zorzal de la medianera que bajás ahora a mi jardín: ¿me traés
alguna hebra de aquella voz en cuclillas?
Anda una costilla furtiva tallando la corteza de los árboles. Se la
presiente en el aire. Cuidado: los amantes hacen nido en cualquier
lugar. Como duendes que no se ven, hurtan la manzana que Eva
le obsequió a Adán.
Con la miel de la melancolía hacer pastelitos de amor.
Darlos siempre. Andan osos con hambre.
“No molestarla que la melancolía ya tiene con sus abejas”.
Las abejas de la melancolía producen una miel desgarradora.
La miel de la melancolía es el placer de los osos solitarios.
Esa primera vez, cuando el poeta descubre el callar de las cosas, y se
une a ellas para palpar el silencio, tender sus sábanas innombradas
para luego cavar en sí mismo, ahí, donde hablan todas las cosas,
todos los nombres y toda la nada.
Cuando en el silencio no hay nadie cometemos cualquier acto con
tal de grabarnos como un signo vivo en la hoja en blanco del tiempo.
La metáfora de la metáfora de la metáfora lleva a un vacío, a un
nido de silencio, a una nada esbozada. Es un lugar infértil. Al poeta
le toca descomponerlo, desvirtuarlo, darle vida para matarlo.
El agujero en la tráquea de mi abuelo Luis tenía un hilo de baba
casi permanente en el borde inferior. Me horrorizaba. Por el
agujero, su voz apenas audible se abría paso desde una antigua
caverna, como por entre secas hojas de árboles muertos. Yo miraba
el agujero negro y me preguntaba qué había más allá, a dónde
conducía ese túnel lleno de misterio.
Zorzal de la medianera que bajás ahora a mi jardín: ¿me traés
alguna hebra de aquella voz en cuclillas?
Anda una costilla furtiva tallando la corteza de los árboles. Se la
presiente en el aire. Cuidado: los amantes hacen nido en cualquier
lugar. Como duendes que no se ven, hurtan la manzana que Eva
le obsequió a Adán.
Con la miel de la melancolía hacer pastelitos de amor.
Darlos siempre. Andan osos con hambre.
viernes, octubre 10, 2008
Notas para un poema VIII
Anochece blanco sobre la casa de dos plantas donde duerme un
hombre derramado sobre el felpudo de la entrada. Le cuelgan unas
llaves de la boca. De una escupida abrirá la puerta con el adorno
navideño. Pero antes acariciará a su gato, que es largo como un
lagarto en los ojos de un niño. La puerta se abre y muestra el
interior de un lavarropas con cientos de papeles escritos que se
mezclan en seco y suenan como el aletear de las gaviotas en la orilla
de un mar que se desagota en el cordón de la calle.
Cuando en el silencio no hay nadie…
Aún debo conservar el perro imaginario de cuando actuaba La dama
del perrito de Chéjov. Debo tenerlo por ahí.
El mapamundi de mi sueño de niño se inventaba nuevas regiones.
De pronto entre África y Oceanía crecía un continente con la forma
de un ombú. En otoño, el océano Índico se poblaba de islas.
En cambio mi barrilete, querido Dylan Thomas, aquél con que
jugaba en la mañana celeste de mi infancia, aún no ha tocado el
cielo.
Deletrear el abecedario con los pies. Cada letra un salto. Una danza
que celebre el ojo despierto de Jean Dominique Bauby.
Cuando desapareció mi prima Nora, antes del mundial 78, mi madre
decía que mi padre revolvería cielo y tierra para encontrarla.
Nora había salido a buscar trabajo una mañana y ya no volvió.
Nora parecía no estar en el cielo ni en la tierra ni en el último cajón
de la cómoda ni en el altillo ni en el baúl del abuelo ni bajo
ninguna alfombra. Después Nora estuvo en todas partes. Y todo
el aire estaba lleno de Nora.
Un hueco en las horas como el agujero en la tráquea de mi abuelo
Luis.
Un barrilete hecho mapamundi que busca en las alturas el sol, las
nubes, el cielo que no tiene.
hombre derramado sobre el felpudo de la entrada. Le cuelgan unas
llaves de la boca. De una escupida abrirá la puerta con el adorno
navideño. Pero antes acariciará a su gato, que es largo como un
lagarto en los ojos de un niño. La puerta se abre y muestra el
interior de un lavarropas con cientos de papeles escritos que se
mezclan en seco y suenan como el aletear de las gaviotas en la orilla
de un mar que se desagota en el cordón de la calle.
Cuando en el silencio no hay nadie…
Aún debo conservar el perro imaginario de cuando actuaba La dama
del perrito de Chéjov. Debo tenerlo por ahí.
El mapamundi de mi sueño de niño se inventaba nuevas regiones.
De pronto entre África y Oceanía crecía un continente con la forma
de un ombú. En otoño, el océano Índico se poblaba de islas.
En cambio mi barrilete, querido Dylan Thomas, aquél con que
jugaba en la mañana celeste de mi infancia, aún no ha tocado el
cielo.
Deletrear el abecedario con los pies. Cada letra un salto. Una danza
que celebre el ojo despierto de Jean Dominique Bauby.
Cuando desapareció mi prima Nora, antes del mundial 78, mi madre
decía que mi padre revolvería cielo y tierra para encontrarla.
Nora había salido a buscar trabajo una mañana y ya no volvió.
Nora parecía no estar en el cielo ni en la tierra ni en el último cajón
de la cómoda ni en el altillo ni en el baúl del abuelo ni bajo
ninguna alfombra. Después Nora estuvo en todas partes. Y todo
el aire estaba lleno de Nora.
Un hueco en las horas como el agujero en la tráquea de mi abuelo
Luis.
Un barrilete hecho mapamundi que busca en las alturas el sol, las
nubes, el cielo que no tiene.
sábado, octubre 04, 2008
Notas para un poema VII
Un hombre se corta las uñas. Se deshoja.
Acaso sea Voltaire. El despertar de Voltaire, de J. Huber, en la
tapa de El jardín de las dudas de Fernando Savater.
O quizá sea Oscar Wilde, quien pone una coma –o la quita- en su
escrito, y ese es todo el trabajo literario producido en el día.
Hoy llamaré a mi madre y le preguntaré por la receta del puchero.
Acaso la inteligencia de un escritor debería medirse por la cantidad
de libros publicados de los que se arrepiente.
Me concentro en un terreno que hay en una manzana cerca de aquí.
Tiene alrededor casas y edificios. El terreno está solo, bajo las
sombras de las construcciones. Empiezo a imaginar una casa de dos
plantas. Balcones. Ventanas. Puerta de madera. Necesito la
presencia de una escalera exterior con su descanso para ver las
personas que habitan la casa. Suben y bajan. Las hago entrar por un
balcón, salir por el techo. Cambian de ropa, de objetos que llevan,
y a veces de cara. Las hago desayunar en el descanso, telefonear
sobre una ventana, dormir en el felpudo de la entrada.
Cuando paso por esa calle repito siempre el ejercicio de imaginar
que hay en ese terreno vacío una casa, que habitan personas que no
existen.
Un hombre se cortaba las uñas de las manos en el umbral de una
casa que aún no estaba allí.
Ir sin manos a hurgar profundo en el hueco de las horas.
Cuando el amor se parece a Job.
Una vez vi un hombre en llamas en el hall de entrada de una casa.
Fue en San Fernando. Yo era chico. Pensé que era el Diablo. Pero
hoy creo que no lo era. Su cara colorada tenía una mueca de dolor
terrible. Era un llanto de lágrimas encendidas. Estaba sentado. De
perfil. Se retorcía entre mil llamas, desgarradoramente.
Cerré los ojos –pensé que era mi imaginación-, y al abrirlos,
el hombre ya no estaba.
Un hombre se deshoja: ojo por ojo, uña por uña, gota por gota,
hora por hora, pelo por pelo y se desnace en el viento.
Las uñas cortadas, que tanto sirven para comas como para trazar
el contorno de la luna.
Acaso sea Voltaire. El despertar de Voltaire, de J. Huber, en la
tapa de El jardín de las dudas de Fernando Savater.
O quizá sea Oscar Wilde, quien pone una coma –o la quita- en su
escrito, y ese es todo el trabajo literario producido en el día.
Hoy llamaré a mi madre y le preguntaré por la receta del puchero.
Acaso la inteligencia de un escritor debería medirse por la cantidad
de libros publicados de los que se arrepiente.
Me concentro en un terreno que hay en una manzana cerca de aquí.
Tiene alrededor casas y edificios. El terreno está solo, bajo las
sombras de las construcciones. Empiezo a imaginar una casa de dos
plantas. Balcones. Ventanas. Puerta de madera. Necesito la
presencia de una escalera exterior con su descanso para ver las
personas que habitan la casa. Suben y bajan. Las hago entrar por un
balcón, salir por el techo. Cambian de ropa, de objetos que llevan,
y a veces de cara. Las hago desayunar en el descanso, telefonear
sobre una ventana, dormir en el felpudo de la entrada.
Cuando paso por esa calle repito siempre el ejercicio de imaginar
que hay en ese terreno vacío una casa, que habitan personas que no
existen.
Un hombre se cortaba las uñas de las manos en el umbral de una
casa que aún no estaba allí.
Ir sin manos a hurgar profundo en el hueco de las horas.
Cuando el amor se parece a Job.
Una vez vi un hombre en llamas en el hall de entrada de una casa.
Fue en San Fernando. Yo era chico. Pensé que era el Diablo. Pero
hoy creo que no lo era. Su cara colorada tenía una mueca de dolor
terrible. Era un llanto de lágrimas encendidas. Estaba sentado. De
perfil. Se retorcía entre mil llamas, desgarradoramente.
Cerré los ojos –pensé que era mi imaginación-, y al abrirlos,
el hombre ya no estaba.
Un hombre se deshoja: ojo por ojo, uña por uña, gota por gota,
hora por hora, pelo por pelo y se desnace en el viento.
Las uñas cortadas, que tanto sirven para comas como para trazar
el contorno de la luna.
sábado, septiembre 27, 2008
Notas para un poema VI
Anoto que llueve.
Lluvia copiosa. Y copiona de otra lluvia.
Pero la lluvia es uno. ¿Qué no lo es?
En el vidrio empañado del colectivo hay gotitas que se aferran con
fuerza. Son gotas colgadas de un pasamanos invisible. Viajan por
fuera. Algunas parecen tomadas de la mano. Viajan sin pagar boleto.
A través del vidrio, por entre las gotas viajeras, veo avanzar hacia
mí los árboles de Juan L. Ortiz.
Mientras despeina suave, un poema de Fernández Retamar:
“... mientras despeina suave las cabezas de los hijos que tuvo
con el otro.”
¿Qué hacemos con todo lo amado? ¿Túnel entre escombros, abismo
que se agita, lo amado?
Todo lo que no es amor es pérdida de tiempo.
Pozo que no das agua: ¿desde dónde vienen estas olas que oigo
martillar las horas?
Hay un hueco en las horas. En él parece estar todo lo que fui.
Y lo que no pude ser.
El amor es un cíclope montado en un “Rocinante”.
También es memoria la lluvia.
¿Y esa sed melancólica de no querer perderse ni una gota?
Y los limpiaparabrisas diciendo que no.
Los semáforos derramados, doblados sobre la calle mojada.
Doblados como en un cuadro de Dalí.
A veces uno aborrece la lluvia. Pero la lluvia es uno. Entonces
hay veces en que uno se aborrece.
Anoto que bajo la lluvia uno puede llorar sin que se note.
La lluvia de Tuñón llueve como pocas.
En el aire se oyen voces. Es normal que alguien de pronto
diga:
-¿Qué?
Tu voz tiene pañuelitos. Y ese polvillo de colores que suelen dejar
en las manos las mariposas al tocarlas.
Lluvia copiosa. Y copiona de otra lluvia.
Pero la lluvia es uno. ¿Qué no lo es?
En el vidrio empañado del colectivo hay gotitas que se aferran con
fuerza. Son gotas colgadas de un pasamanos invisible. Viajan por
fuera. Algunas parecen tomadas de la mano. Viajan sin pagar boleto.
A través del vidrio, por entre las gotas viajeras, veo avanzar hacia
mí los árboles de Juan L. Ortiz.
Mientras despeina suave, un poema de Fernández Retamar:
“... mientras despeina suave las cabezas de los hijos que tuvo
con el otro.”
¿Qué hacemos con todo lo amado? ¿Túnel entre escombros, abismo
que se agita, lo amado?
Todo lo que no es amor es pérdida de tiempo.
Pozo que no das agua: ¿desde dónde vienen estas olas que oigo
martillar las horas?
Hay un hueco en las horas. En él parece estar todo lo que fui.
Y lo que no pude ser.
El amor es un cíclope montado en un “Rocinante”.
También es memoria la lluvia.
¿Y esa sed melancólica de no querer perderse ni una gota?
Y los limpiaparabrisas diciendo que no.
Los semáforos derramados, doblados sobre la calle mojada.
Doblados como en un cuadro de Dalí.
A veces uno aborrece la lluvia. Pero la lluvia es uno. Entonces
hay veces en que uno se aborrece.
Anoto que bajo la lluvia uno puede llorar sin que se note.
La lluvia de Tuñón llueve como pocas.
En el aire se oyen voces. Es normal que alguien de pronto
diga:
-¿Qué?
Tu voz tiene pañuelitos. Y ese polvillo de colores que suelen dejar
en las manos las mariposas al tocarlas.
sábado, septiembre 20, 2008
Notas para un poema V
Hay un hueco en las horas.
Vivimos para aprender, en algún momento, que hay un hueco en
las horas. Un falta algo. Una desproporción. Una figura en falsa
escuadra. Un hambre no se sabe de qué en el vértice más lejano de
las horas.
El problema de Kafka era no saber ser otro que Kafka. Nunca se
sabe ser otro: se desea. Todo el arte está impregnado de “ser otro”.
Las criaturas de Lautréamont diciéndole a Dios -defecado por el
hombre-: no queremos ser como tú.
El caos del aire es un cementerio lleno de vida.
Todo lo que hay es tiempo. Un tiempo cuyas horas reservan un
hueco para la conciencia.
Si yo tuviera tus manos como cachorros de león recién nacidos
sabría de otra voz. Una voz de flauta celestial, maravillosa. Sordo
a todo lo demás, la acunaría en silencio. Cada silencio tuyo: un
universo.
En el aire había un malabarista de nubes. Mojaba sus manos en la
lluvia para moldear seres de otra fantasía. Cuando abrí los ojos, aún
no había llovido. Un hombre empujaba su carro: arrancaba panes ya
maduros a los cestos de basura florecidos.
No sé quién era los pasos bajando por la escalera. No sé quién el
sonido interrumpido, la pequeña pausa para leer el correo. Suelas
que se apilan. O se desapilan. Seguidilla de seguir. De seguir siendo
en los escalones como teclas de la escalera.
Hay un hueco en las horas. Un ojo que desmira. Un túnel entre
escombros. Un abismo que se agita, absorbe, respira. Hay un siglo
en las horas, y más allá un infinito. Hay una ostra. Una bitácora. Un
escalpelo. Un reloj dentro de un reloj dentro de un reloj como en
cajitas chinas.
Y hay lo que no hay, en las horas.
Vivimos para aprender, en algún momento, que hay un hueco en
las horas. Un falta algo. Una desproporción. Una figura en falsa
escuadra. Un hambre no se sabe de qué en el vértice más lejano de
las horas.
El problema de Kafka era no saber ser otro que Kafka. Nunca se
sabe ser otro: se desea. Todo el arte está impregnado de “ser otro”.
Las criaturas de Lautréamont diciéndole a Dios -defecado por el
hombre-: no queremos ser como tú.
El caos del aire es un cementerio lleno de vida.
Todo lo que hay es tiempo. Un tiempo cuyas horas reservan un
hueco para la conciencia.
Si yo tuviera tus manos como cachorros de león recién nacidos
sabría de otra voz. Una voz de flauta celestial, maravillosa. Sordo
a todo lo demás, la acunaría en silencio. Cada silencio tuyo: un
universo.
En el aire había un malabarista de nubes. Mojaba sus manos en la
lluvia para moldear seres de otra fantasía. Cuando abrí los ojos, aún
no había llovido. Un hombre empujaba su carro: arrancaba panes ya
maduros a los cestos de basura florecidos.
No sé quién era los pasos bajando por la escalera. No sé quién el
sonido interrumpido, la pequeña pausa para leer el correo. Suelas
que se apilan. O se desapilan. Seguidilla de seguir. De seguir siendo
en los escalones como teclas de la escalera.
Hay un hueco en las horas. Un ojo que desmira. Un túnel entre
escombros. Un abismo que se agita, absorbe, respira. Hay un siglo
en las horas, y más allá un infinito. Hay una ostra. Una bitácora. Un
escalpelo. Un reloj dentro de un reloj dentro de un reloj como en
cajitas chinas.
Y hay lo que no hay, en las horas.
sábado, septiembre 13, 2008
Notas para un poema IV
I am not sorrowful but I am tired
Of everything that I ever desired.
Anoto los versos de Dowson que Ciorán ha repetido a lo largo de
su vida:
“No estoy triste, estoy cansado
de todo lo que siempre deseé”
Es un grito tallado en las paredes de su alma. Signos que se
derraman, que chorrean una sangre metafísica.
La sensación de tener pedazos del cuerpo vagando por ahí, flotando,
naufragando aferrados a maderos de ilusiones pasadas. Ilusiones
que esperan ser sacudidas como manteles, como sábanas, y vueltas
a tender, redimidas.
Los anteojos de mi padre olvidados sobre su mesa de trabajo. Ahí
estaban de pie. ¿Mirando qué? ¿Acaso a las herramientas colgadas,
que también esperaban y velaban por sus manos?
Las herramientas de mi padre eran llaves que podían abrir mil
puertas.
Un voz en cuclillas se mete por otra voz interior mía y se trenzan en
una voz contenta que entra por los oídos de mi pecho, me recorre
con densidad de beso hasta que doy en este que soy: cofre de esa
voz, cajita de música que cantará hasta el fin de mis días.
¿Qué será de Praga sin Manuel? ¿Seguirá siendo una ciudad de ferias
y congresos?
Una costilla oculta escribe el deseo en la corteza de los árboles.
Los amantes rompen la bolsa y lloran de estar vivos.
Algún día un ave preguntará por qué nacemos sin alas.
De todo lo que deseé me queda haber amado. Soy una pelota. Y mi
alma un hombre encorvado que mira de cerca un camino de
hormigas. Soy una pelota que rueda. Y al rodar se me caen dos o
tres palabras que guardo para hacer un poema. Pero sobre todo soy
el poema que nunca pude escribir.
Los anteojos de mi padre brillan en la madrugada de mi infancia.
Of everything that I ever desired.
Anoto los versos de Dowson que Ciorán ha repetido a lo largo de
su vida:
“No estoy triste, estoy cansado
de todo lo que siempre deseé”
Es un grito tallado en las paredes de su alma. Signos que se
derraman, que chorrean una sangre metafísica.
La sensación de tener pedazos del cuerpo vagando por ahí, flotando,
naufragando aferrados a maderos de ilusiones pasadas. Ilusiones
que esperan ser sacudidas como manteles, como sábanas, y vueltas
a tender, redimidas.
Los anteojos de mi padre olvidados sobre su mesa de trabajo. Ahí
estaban de pie. ¿Mirando qué? ¿Acaso a las herramientas colgadas,
que también esperaban y velaban por sus manos?
Las herramientas de mi padre eran llaves que podían abrir mil
puertas.
Un voz en cuclillas se mete por otra voz interior mía y se trenzan en
una voz contenta que entra por los oídos de mi pecho, me recorre
con densidad de beso hasta que doy en este que soy: cofre de esa
voz, cajita de música que cantará hasta el fin de mis días.
¿Qué será de Praga sin Manuel? ¿Seguirá siendo una ciudad de ferias
y congresos?
Una costilla oculta escribe el deseo en la corteza de los árboles.
Los amantes rompen la bolsa y lloran de estar vivos.
Algún día un ave preguntará por qué nacemos sin alas.
De todo lo que deseé me queda haber amado. Soy una pelota. Y mi
alma un hombre encorvado que mira de cerca un camino de
hormigas. Soy una pelota que rueda. Y al rodar se me caen dos o
tres palabras que guardo para hacer un poema. Pero sobre todo soy
el poema que nunca pude escribir.
Los anteojos de mi padre brillan en la madrugada de mi infancia.
domingo, septiembre 07, 2008
Notas para un poema III
En mi sueño se desplegaba un mapamundi. En él se divisaba la
casa de mi infancia. Después era un papel blanco escolar cuyos
bordes se parecían a los puños de un guardapolvos. Yo orinaba sobre
el papel. Yo era un desagüe y alrededor era otoño. Hay un
dejarse llevar que tiene una poesía secreta al orinarse uno en la cama.
Recuerdo cuando pesqué un bagre y al tomarlo se me clavó una aleta
lateral en el dedo medio. Las aletas de los bagres son aserradas.
Fui a que me la quitara mi padre. Pero ahora me doy cuenta de que
anduvimos, aquel pescado y yo, caminando unidos por la calle.
El problema del poema es que hay que escribirlo. Sospechar que de
algún modo ya está hecho entre las páginas del aire. Saber que él
no nos necesita.
“Que el verso sea una llave que abra mil puertas”, proponía
Huidobro. Yo hasta he procurado valerme de ganzúas.
Por el aire pasaba un bagre infinito.
Un pez que hablaba del aire cuya voz imitaba la balada de un grillo
muerto.
Pasaba un hombre muy encorvado, como si viniese de abrazar una
gran pelota.
La cama del muerto con su manto de luz lleno de partículas que
cantan una canción llena de ausencias. Parece una idea de Van Gogh
pero pintada por Rembrandt.
La pintura entendida como vía de modificar una sociedad aún está
por pintarse. La sociedad modifica las pinturas según pasan las
generaciones.
Una llave que abra mil puertas a unos le dará poder, a otros,
sensación de inseguridad.
Un mástil al que le crece una bandera que hay que podar hasta
dejarla en estado de esperanza.
La cama del muerto ilumina la habitación más allá de la luz que
desenrolla sobre ella la ventana apenas asomada. El colchón
hundido es un molde vacío.
Pasaba un hombre muy encorvado, como dispuesto a dar una
vuelta carnero.
casa de mi infancia. Después era un papel blanco escolar cuyos
bordes se parecían a los puños de un guardapolvos. Yo orinaba sobre
el papel. Yo era un desagüe y alrededor era otoño. Hay un
dejarse llevar que tiene una poesía secreta al orinarse uno en la cama.
Recuerdo cuando pesqué un bagre y al tomarlo se me clavó una aleta
lateral en el dedo medio. Las aletas de los bagres son aserradas.
Fui a que me la quitara mi padre. Pero ahora me doy cuenta de que
anduvimos, aquel pescado y yo, caminando unidos por la calle.
El problema del poema es que hay que escribirlo. Sospechar que de
algún modo ya está hecho entre las páginas del aire. Saber que él
no nos necesita.
“Que el verso sea una llave que abra mil puertas”, proponía
Huidobro. Yo hasta he procurado valerme de ganzúas.
Por el aire pasaba un bagre infinito.
Un pez que hablaba del aire cuya voz imitaba la balada de un grillo
muerto.
Pasaba un hombre muy encorvado, como si viniese de abrazar una
gran pelota.
La cama del muerto con su manto de luz lleno de partículas que
cantan una canción llena de ausencias. Parece una idea de Van Gogh
pero pintada por Rembrandt.
La pintura entendida como vía de modificar una sociedad aún está
por pintarse. La sociedad modifica las pinturas según pasan las
generaciones.
Una llave que abra mil puertas a unos le dará poder, a otros,
sensación de inseguridad.
Un mástil al que le crece una bandera que hay que podar hasta
dejarla en estado de esperanza.
La cama del muerto ilumina la habitación más allá de la luz que
desenrolla sobre ella la ventana apenas asomada. El colchón
hundido es un molde vacío.
Pasaba un hombre muy encorvado, como dispuesto a dar una
vuelta carnero.
sábado, agosto 30, 2008
Notas para un poema II
Todo lo que pueda ser aire es libre.
En todo lo que pueda ser libre hay un caos. El aire es una especie de
caos.
Convenimos, mi sombra y yo, en disgregarnos en un minuto del
mediodía. Pero ¿quién miente?
Anoto Pagra, de Manuel Vázquez Montalbán. Acaso sea una
sinfonía esa ciudad.
“Damas de Praga
como las rosas de Alejandría
coloradas de noche blancas de día”
Paso toda la guerra inventariando metáforas de guerra.
Hay hambres que son metáforas del hambre pero ninguna tan cruda
como el hambre. El hambre es hombre. El hambre está lleno de
monstruos. Monstruos de un hambre maldito.
Leí en el diario que un barco de la armada argentina mató con sus
hélices a una ballena en Chubut en temporada de avisaje. Ella nos
atacó, dijeron.
Hay mujer en el aire.
Un aire de mujer en los músculos de los plátanos. Desboca.
Desnuda.
Levanto una piedra y hay un ciempiés. Vuelvo a levantarla y se cae
un mundo. El misterio.
Praga debió ser una lanza clavada en los testículos del sol.
La luna es un cementerio vacío de muertos. Las invocaciones,
los clamores pacen en el aire.
A veces uno cree que está mal hecho. Que es un boceto sombrío.
Que al estornudar puede vaciarse de órganos, dislocarse,
derrumbarse y dar con el boceto de otro.
El aire anotado en los cuadernos de Dios suspira como una mujer
embarazada, se ladea hacia los márgenes, es un caos revulsivo
capaz de asfixiar a cualquier dios.
Levanto una piedra con la esperanza de avistar una ballena.
En todo lo que pueda ser libre hay un caos. El aire es una especie de
caos.
Convenimos, mi sombra y yo, en disgregarnos en un minuto del
mediodía. Pero ¿quién miente?
Anoto Pagra, de Manuel Vázquez Montalbán. Acaso sea una
sinfonía esa ciudad.
“Damas de Praga
como las rosas de Alejandría
coloradas de noche blancas de día”
Paso toda la guerra inventariando metáforas de guerra.
Hay hambres que son metáforas del hambre pero ninguna tan cruda
como el hambre. El hambre es hombre. El hambre está lleno de
monstruos. Monstruos de un hambre maldito.
Leí en el diario que un barco de la armada argentina mató con sus
hélices a una ballena en Chubut en temporada de avisaje. Ella nos
atacó, dijeron.
Hay mujer en el aire.
Un aire de mujer en los músculos de los plátanos. Desboca.
Desnuda.
Levanto una piedra y hay un ciempiés. Vuelvo a levantarla y se cae
un mundo. El misterio.
Praga debió ser una lanza clavada en los testículos del sol.
La luna es un cementerio vacío de muertos. Las invocaciones,
los clamores pacen en el aire.
A veces uno cree que está mal hecho. Que es un boceto sombrío.
Que al estornudar puede vaciarse de órganos, dislocarse,
derrumbarse y dar con el boceto de otro.
El aire anotado en los cuadernos de Dios suspira como una mujer
embarazada, se ladea hacia los márgenes, es un caos revulsivo
capaz de asfixiar a cualquier dios.
Levanto una piedra con la esperanza de avistar una ballena.
domingo, agosto 24, 2008
Notas para un poema I
Hay una potencia en el aire, cierto fragor subterráneo,
un calor, formas que según Wallace Stevens son como de mujer.
Voy a llamar a mi madre esta tarde –esta tarde arde por lo que no
está-: qué será mañana de Jesús sin ella.
Es el aire en el aire. Ora nublado por el humo en olas de un
cigarrillo, ora sentencioso con su arco de violín recién amanecido
en los plátanos. Los plátanos se me antojan azules. Sí, pero es
un color que degrada en un plomo dulce para luego retozar en
nuez.
Su voz en cuclillas.
Voz en cuclillas a crecer de enredadera. Conserva lo sutil: cachorros
mojados, frutos de abuela, canasta, como el dibujo en un frasco
de mermelada.
El cordón de la calle tiene un temperamento especial.
Aguas por el desagüe: poner una palabra en la corriente. Remar con
los ojos. Atrás queda la fulminante soledad de un tapial.
La parada de colectivos es un silencio largo del que conversa la
baldosa quebrada y el grillo muerto desde anoche.
Arroz. Trocitos de pollo acaramelados con miel. Jengibre.
Por la tarde mi madre me dirá qué comió en el almuerzo.
A mi voz guardada en cuclillas no la segará ninguna sinfonía
de martes. Ni el violín del aire serruchando las ramas de los
plátanos.
El malabarista que vi en aquella esquina jugaba con mundos
de fuego. Una llama quemó los anteojos de un traje con señor.
El señor estaba ausente y hospedado en algún lugar.
A veces hay una fiebre en el aire.
Otras veces dan ganas de hacer el amor de espaldas al discurso
presidencial.
Anoto que hay escases de musas. Un sonido que pasa como
quien va para otro lado invoca otras bocas, bocas luego boas,
luego un santo, y un cansancio que habla del aire.
Un pez que habla del aire.
En mi sueño había cosas benditas, otros colores y otras sombras.
Glorias pasadas. Mi sueño no era el trineo de otro. A la nieve
la juntaban los vendedores de pochoclo. Una vez en sus manos,
las palomas llevaban mensajes que sólo podían ser leídos por
palomas.
Desconfío de los discursos. Que hable la calle, que hablen los
canteros, que hablen los pinos, que hable el grillo muerto,
que hable la lluvia.
En el sueño telefoneaba a mi madre y le preguntaba por mi padre.
Lo importante es la salud. La vida va y viene.
En el aire había un puñado de rosas que no te regalé.
un calor, formas que según Wallace Stevens son como de mujer.
Voy a llamar a mi madre esta tarde –esta tarde arde por lo que no
está-: qué será mañana de Jesús sin ella.
Es el aire en el aire. Ora nublado por el humo en olas de un
cigarrillo, ora sentencioso con su arco de violín recién amanecido
en los plátanos. Los plátanos se me antojan azules. Sí, pero es
un color que degrada en un plomo dulce para luego retozar en
nuez.
Su voz en cuclillas.
Voz en cuclillas a crecer de enredadera. Conserva lo sutil: cachorros
mojados, frutos de abuela, canasta, como el dibujo en un frasco
de mermelada.
El cordón de la calle tiene un temperamento especial.
Aguas por el desagüe: poner una palabra en la corriente. Remar con
los ojos. Atrás queda la fulminante soledad de un tapial.
La parada de colectivos es un silencio largo del que conversa la
baldosa quebrada y el grillo muerto desde anoche.
Arroz. Trocitos de pollo acaramelados con miel. Jengibre.
Por la tarde mi madre me dirá qué comió en el almuerzo.
A mi voz guardada en cuclillas no la segará ninguna sinfonía
de martes. Ni el violín del aire serruchando las ramas de los
plátanos.
El malabarista que vi en aquella esquina jugaba con mundos
de fuego. Una llama quemó los anteojos de un traje con señor.
El señor estaba ausente y hospedado en algún lugar.
A veces hay una fiebre en el aire.
Otras veces dan ganas de hacer el amor de espaldas al discurso
presidencial.
Anoto que hay escases de musas. Un sonido que pasa como
quien va para otro lado invoca otras bocas, bocas luego boas,
luego un santo, y un cansancio que habla del aire.
Un pez que habla del aire.
En mi sueño había cosas benditas, otros colores y otras sombras.
Glorias pasadas. Mi sueño no era el trineo de otro. A la nieve
la juntaban los vendedores de pochoclo. Una vez en sus manos,
las palomas llevaban mensajes que sólo podían ser leídos por
palomas.
Desconfío de los discursos. Que hable la calle, que hablen los
canteros, que hablen los pinos, que hable el grillo muerto,
que hable la lluvia.
En el sueño telefoneaba a mi madre y le preguntaba por mi padre.
Lo importante es la salud. La vida va y viene.
En el aire había un puñado de rosas que no te regalé.
domingo, abril 27, 2008
Adiós…
… o hasta luego, o hasta cuando sea.
Queridos amigos: abandono mis blogs. Necesito un descanso y hacer otras cosas. Discúlpenme
por favor que no los visite. Todos sus blogs y su compañía son muy valiosos para mí.
Les dejo un puñado de poemitas que pensaba ir posteando de a poco y que acabo de enumerar y darles un orden. Espero sean de su agrado y sepan perdonarme la ausencia.
Hasta la próxima. Un abrazo y gracias.
1
En la noche
un hombre
da su nada.
Se vacía
en el gesto
de pedir.
La luna
duerme
en sus palmas.
2
Caer
de la herida.
Caer dentro.
Dentro es lugar
de muertos
que saludan.
3
Gorrión
en el pentagrama
de los alambres
de púas.
Salta a otro
alambre:
ya es otra nota.
4
Todo es
espejo
para el de los
ojos cerrados.
Pero
no hay
ojos cerrados:
hay párpados
que dan a luz
en sombras
de la mirada.
5
(Panadero
en el aire.)
Alma mía:
¿dónde vamos?
Panadero
del aire:
¿de dónde
nos conocemos?
6
Dar
lo inalcanzado,
lo soñado y
trunco.
Dar lo perdido.
Darse
es dar lo perdido.
Solo así
es darlo todo.
7
Orilla.
Relámpagos.
Olas a mis
pies.
Decime,
Patricia
-vos que andás
en otra luz-:
¿de qué conversan
el relámpago
y las olas?
8
La niebla
cubre lo hecho.
Hemos de nombrar
para hacer camino.
9
Pájaro fugaz.
Ráfaga en el
aire.
Feliz aquel
que no siente
la obligación de
existir.
10
No es
oscuridad
la nada.
Es luz
que no brilla.
Claridad
no habitada
por lo claro.
11
Huella en la arena:
no está descalza.
En las hendiduras
donde los dedos,
en esas gotas de
sombra,
alguien pisa todavía.
12
Cuando
de lo hablado
sólo queda
una fragancia.
Cuando
ya no tiene
palabras
lo hablado.
13
Lanzamos
la voz.
Abrimos
tajos
en lo oscuro.
14
Con todo
lo esperado
hago
poemas
como horas
que dan
luz
después de
muertas.
15
Desde afuera
hacia adentro
miro por la
ventana,
y en la silla
sin mí
espío mi muerte.
16
Sombra
sin cuerpo,
mi espera.
Se abraza
a cada cosa
que se mueve.
17
Aleteo
de pájaro
remontando
vuelo.
A mí
me fue dado
parpadear.
18
Pasamos
entre pulsos
sin saberlo.
También cada
sombra
es oscurecida
por su espejo.
19
De
pensar
ando
lleno.
De
pensar
hasta
vaciarme.
20
Hasta aquí
el poema.
A mí
me toca seguir
-vivir, morir-,
seguir siendo.
Queridos amigos: abandono mis blogs. Necesito un descanso y hacer otras cosas. Discúlpenme
por favor que no los visite. Todos sus blogs y su compañía son muy valiosos para mí.
Les dejo un puñado de poemitas que pensaba ir posteando de a poco y que acabo de enumerar y darles un orden. Espero sean de su agrado y sepan perdonarme la ausencia.
Hasta la próxima. Un abrazo y gracias.
1
En la noche
un hombre
da su nada.
Se vacía
en el gesto
de pedir.
La luna
duerme
en sus palmas.
2
Caer
de la herida.
Caer dentro.
Dentro es lugar
de muertos
que saludan.
3
Gorrión
en el pentagrama
de los alambres
de púas.
Salta a otro
alambre:
ya es otra nota.
4
Todo es
espejo
para el de los
ojos cerrados.
Pero
no hay
ojos cerrados:
hay párpados
que dan a luz
en sombras
de la mirada.
5
(Panadero
en el aire.)
Alma mía:
¿dónde vamos?
Panadero
del aire:
¿de dónde
nos conocemos?
6
Dar
lo inalcanzado,
lo soñado y
trunco.
Dar lo perdido.
Darse
es dar lo perdido.
Solo así
es darlo todo.
7
Orilla.
Relámpagos.
Olas a mis
pies.
Decime,
Patricia
-vos que andás
en otra luz-:
¿de qué conversan
el relámpago
y las olas?
8
La niebla
cubre lo hecho.
Hemos de nombrar
para hacer camino.
9
Pájaro fugaz.
Ráfaga en el
aire.
Feliz aquel
que no siente
la obligación de
existir.
10
No es
oscuridad
la nada.
Es luz
que no brilla.
Claridad
no habitada
por lo claro.
11
Huella en la arena:
no está descalza.
En las hendiduras
donde los dedos,
en esas gotas de
sombra,
alguien pisa todavía.
12
Cuando
de lo hablado
sólo queda
una fragancia.
Cuando
ya no tiene
palabras
lo hablado.
13
Lanzamos
la voz.
Abrimos
tajos
en lo oscuro.
14
Con todo
lo esperado
hago
poemas
como horas
que dan
luz
después de
muertas.
15
Desde afuera
hacia adentro
miro por la
ventana,
y en la silla
sin mí
espío mi muerte.
16
Sombra
sin cuerpo,
mi espera.
Se abraza
a cada cosa
que se mueve.
17
Aleteo
de pájaro
remontando
vuelo.
A mí
me fue dado
parpadear.
18
Pasamos
entre pulsos
sin saberlo.
También cada
sombra
es oscurecida
por su espejo.
19
De
pensar
ando
lleno.
De
pensar
hasta
vaciarme.
20
Hasta aquí
el poema.
A mí
me toca seguir
-vivir, morir-,
seguir siendo.
miércoles, abril 16, 2008
sábado, abril 12, 2008
martes, abril 08, 2008
jueves, abril 03, 2008
jueves, marzo 27, 2008
el poema no vino
faltó sin aviso
hay apenas unas avispas
que fluyen por detrás de las orejas
por donde suelen oir las paredes
hay la bocina del tren
llegando a la estación
se cuela por el ventanal
se hamaca en los marcos
(mi perra toma agua
el último trago le chorrea de costado
y moja la alfombra)
el poema no va a venir
ya es tarde
guardo mis papeles
cierro la puertas
las ventanas
y por las dudas dejo abierta
la canilla del fondo
esa de la que nunca sale agua
faltó sin aviso
hay apenas unas avispas
que fluyen por detrás de las orejas
por donde suelen oir las paredes
hay la bocina del tren
llegando a la estación
se cuela por el ventanal
se hamaca en los marcos
(mi perra toma agua
el último trago le chorrea de costado
y moja la alfombra)
el poema no va a venir
ya es tarde
guardo mis papeles
cierro la puertas
las ventanas
y por las dudas dejo abierta
la canilla del fondo
esa de la que nunca sale agua
miércoles, marzo 19, 2008
Cartel
Sobre el segundo portón lateral
del supermercado y sostenido por dos
tubos de hierro, se alza un cartel chocado
y hundido hacia atrás, que dice:
NO AVANCE
del supermercado y sostenido por dos
tubos de hierro, se alza un cartel chocado
y hundido hacia atrás, que dice:
NO AVANCE
jueves, marzo 13, 2008
Pesebre (escena submarina)
En el fondo de la pecera,
sobre un camastro ladeado y postrero,
un niño Jesús pez mira con ojos de asombro
al señor de la escafandra
tumbado en un rincón oscuro.
sobre un camastro ladeado y postrero,
un niño Jesús pez mira con ojos de asombro
al señor de la escafandra
tumbado en un rincón oscuro.
jueves, marzo 06, 2008
Los dientes del perro
Los dientes del perro atropellado
en la calle crecen en el aire se elevan
como hojas de luz de un árbol seco flotan
hasta dar manos de muñeca que a su vez
sueltan capullos de algodón con formas de
nubes que semejan perros pero
en realidad son árboles que chocarán
entre si para que lluevan dientes que acabarán
burbujeando en la calle como perros muertos.
en la calle crecen en el aire se elevan
como hojas de luz de un árbol seco flotan
hasta dar manos de muñeca que a su vez
sueltan capullos de algodón con formas de
nubes que semejan perros pero
en realidad son árboles que chocarán
entre si para que lluevan dientes que acabarán
burbujeando en la calle como perros muertos.
viernes, febrero 29, 2008
Naufragios
naufragio
oleajes tuyos
estelas de tu pelo
cavándome
bichitos de tu voz en pequeñas soledades
que das al besarme
naufragio en las aguas de tu cuerpo
gaviotas de mis manos te recorren
buscan muelles puertos
en tu piel
tu vientre amado
respirás y se abre el mundo
sonreís y se hacen los maderos las balsas
y es orilla segura tu cuerpo
que ya anda por mis manos
que acaban de nacer
respiran
náufragas y recién tocadas por la luz
hablás y es otro el mundo yo puedo dibujar
en el aliento de tu
boca
nombrarte al morder tu lengua
ser
en los vaivenes de tus urgencias que son tan mías
dulce violencia que me abre alas
pezuñas de algodón
para sumarme a todo lo que es agua en vos
cuerpo mío
náufraga de mí
maga de mis días
y voy a florecer en tus playas junto
al primer rocío de la mañana.
oleajes tuyos
estelas de tu pelo
cavándome
bichitos de tu voz en pequeñas soledades
que das al besarme
naufragio en las aguas de tu cuerpo
gaviotas de mis manos te recorren
buscan muelles puertos
en tu piel
tu vientre amado
respirás y se abre el mundo
sonreís y se hacen los maderos las balsas
y es orilla segura tu cuerpo
que ya anda por mis manos
que acaban de nacer
respiran
náufragas y recién tocadas por la luz
hablás y es otro el mundo yo puedo dibujar
en el aliento de tu
boca
nombrarte al morder tu lengua
ser
en los vaivenes de tus urgencias que son tan mías
dulce violencia que me abre alas
pezuñas de algodón
para sumarme a todo lo que es agua en vos
cuerpo mío
náufraga de mí
maga de mis días
y voy a florecer en tus playas junto
al primer rocío de la mañana.
sábado, febrero 23, 2008
La lluvia en San Bernardo
A la madrugada pareciera clausurarse el verano
para violar de un solo golpe visceral los cerrojos
de la locura.
Las gotas encienden los primeros charcos
donde se reflejan las cicatrices espontáneas de los rayos
que ya trazan las primeras várices en el cielo.
Es lluvia declarada. Abierta. Soltada a dentelladas.
Se oye a unos muchachos cantar bajando hacia la playa.
No tienen donde dormir. Son los que se ven por la mañana
dormir de cara al sol tapados con las sábanas arrugadas
del mar.
Llueve como si todo el mundo hiciera el amor al mismo
tiempo. Como si lo hiciera contra los vidrios de las ventanas,
contra las puertas, en los balcones, subidos a guardillas,
a los taparrollos, trepados de las cortinas.
La lluvia entra por las narices, por los ojos, las manos,
entra en la tierra como sangre, coloca perlas en los pinos,
lágrimas en las estatuas.
La lluvia copula con el mar, y la arena en la playa se llena
de huellas de llanto. El mar y la lluvia copulan
y es como si se escuchara llover en otro idioma.
Llueve a leños rotos, a chispas secas, a fuego recién encendido.
Llueve como si mataran a alguien.
Los muchachos en la playa deben tener frío, ese frío que si fuera luz
bastaría para encender las alcantarillas de toda la ciudad. Se oye
un aullido: quizá le hayan despellejado el alma a alguien.
Acaso las almas de muchos “alguien” conformen esta lluvia,
esta ráfaga de ahora que se desliza por desagües de saxofones
y brilla como dientes de oro en las rejillas.
Ahora llueve más lento. Llueve como si un anciano recordara
otra lluvia.
Llueve el relato de otra lluvia.
Una lluvia lejana, casi inmóvil, que huele a curtiembres,
a humedad de maderos mohosos y nuez moscada. Una lluvia
con vahos de grasa caliente, de humo de hornos de barro, y humo
extinguiéndose de hojas secas quemadas en la calle.
Llueve como si anunciaran una carroza de primaveras,
como si fueran a desfilar comparsas de redenciones, una marcha
de almas pintadas de futuro que brillan como escamas violáceas
y cargan en sus caras la amarga pesadez de una mueca idiota.
Ahora llueve como si los motores de las nubes hubiesen
ya gastado sus poleas. Caen gotas a medio pintar pero todavía
es lluvia en las bisagras, en las rejas, en las telarañas,
en la medianera chorreada de hongos, en los muchachos dormidos,
casi muertos en la playa.
Llueve como si se desangrara un muerto.
Ya hay luz del día colándose y levanta las persianas con patadas
de paloma. Realza los charcos, dibuja la corriente de agua turbia
en los cordones.
Todavía la ciudad a las seis de la mañana está mal dibujada.
Y se levantan sonidos. El primero es de un auto que choca
contra el clamor del mar. El mar ahora suena como si tragara
muchachos sin haberlos masticado.
Pero apenas llueve en este instante. Es una gotita. Otra.
Es una canilla que no se ve.
Una gotita, y otra, como las últimas palabras de un anciano
antes de morir con el relato de otra lluvia –su vida- en la boca.
Un pájaro caza una lombriz. Un perro se despereza.
Las llaves del portero del edificio tintinean. Los pasos crecen
en el pasillo todavía en penumbras.
Parece que todo el mundo se levanta para salir a ver
si apagaron bien la lluvia.
para violar de un solo golpe visceral los cerrojos
de la locura.
Las gotas encienden los primeros charcos
donde se reflejan las cicatrices espontáneas de los rayos
que ya trazan las primeras várices en el cielo.
Es lluvia declarada. Abierta. Soltada a dentelladas.
Se oye a unos muchachos cantar bajando hacia la playa.
No tienen donde dormir. Son los que se ven por la mañana
dormir de cara al sol tapados con las sábanas arrugadas
del mar.
Llueve como si todo el mundo hiciera el amor al mismo
tiempo. Como si lo hiciera contra los vidrios de las ventanas,
contra las puertas, en los balcones, subidos a guardillas,
a los taparrollos, trepados de las cortinas.
La lluvia entra por las narices, por los ojos, las manos,
entra en la tierra como sangre, coloca perlas en los pinos,
lágrimas en las estatuas.
La lluvia copula con el mar, y la arena en la playa se llena
de huellas de llanto. El mar y la lluvia copulan
y es como si se escuchara llover en otro idioma.
Llueve a leños rotos, a chispas secas, a fuego recién encendido.
Llueve como si mataran a alguien.
Los muchachos en la playa deben tener frío, ese frío que si fuera luz
bastaría para encender las alcantarillas de toda la ciudad. Se oye
un aullido: quizá le hayan despellejado el alma a alguien.
Acaso las almas de muchos “alguien” conformen esta lluvia,
esta ráfaga de ahora que se desliza por desagües de saxofones
y brilla como dientes de oro en las rejillas.
Ahora llueve más lento. Llueve como si un anciano recordara
otra lluvia.
Llueve el relato de otra lluvia.
Una lluvia lejana, casi inmóvil, que huele a curtiembres,
a humedad de maderos mohosos y nuez moscada. Una lluvia
con vahos de grasa caliente, de humo de hornos de barro, y humo
extinguiéndose de hojas secas quemadas en la calle.
Llueve como si anunciaran una carroza de primaveras,
como si fueran a desfilar comparsas de redenciones, una marcha
de almas pintadas de futuro que brillan como escamas violáceas
y cargan en sus caras la amarga pesadez de una mueca idiota.
Ahora llueve como si los motores de las nubes hubiesen
ya gastado sus poleas. Caen gotas a medio pintar pero todavía
es lluvia en las bisagras, en las rejas, en las telarañas,
en la medianera chorreada de hongos, en los muchachos dormidos,
casi muertos en la playa.
Llueve como si se desangrara un muerto.
Ya hay luz del día colándose y levanta las persianas con patadas
de paloma. Realza los charcos, dibuja la corriente de agua turbia
en los cordones.
Todavía la ciudad a las seis de la mañana está mal dibujada.
Y se levantan sonidos. El primero es de un auto que choca
contra el clamor del mar. El mar ahora suena como si tragara
muchachos sin haberlos masticado.
Pero apenas llueve en este instante. Es una gotita. Otra.
Es una canilla que no se ve.
Una gotita, y otra, como las últimas palabras de un anciano
antes de morir con el relato de otra lluvia –su vida- en la boca.
Un pájaro caza una lombriz. Un perro se despereza.
Las llaves del portero del edificio tintinean. Los pasos crecen
en el pasillo todavía en penumbras.
Parece que todo el mundo se levanta para salir a ver
si apagaron bien la lluvia.
sábado, febrero 16, 2008
Mi block
Mi block de hojas lisas
tiene 28 agujeritos por donde pasa
un espiral plateado.
Dos agujeros más
en el margen izquierdo.
Una tapa.
Una contratapa.
Cuando tenga ganas de escribir
-mejor dicho: cuando se me ocurra algo-
sin duda lo haré en este block.
Me gusta.
80 hojas de 216x356 mm
de un blanco ominoso.
tiene 28 agujeritos por donde pasa
un espiral plateado.
Dos agujeros más
en el margen izquierdo.
Una tapa.
Una contratapa.
Cuando tenga ganas de escribir
-mejor dicho: cuando se me ocurra algo-
sin duda lo haré en este block.
Me gusta.
80 hojas de 216x356 mm
de un blanco ominoso.
domingo, enero 13, 2008
domingo, enero 06, 2008
Pescado
¡Fffiiiiissshhh!
El filete de pescado
se zambulle en la sartén
hasta dorarse.
Limón.
Acompaño el poema
con un buen vaso de vino.
El filete de pescado
se zambulle en la sartén
hasta dorarse.
Limón.
Acompaño el poema
con un buen vaso de vino.
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