Todo lo que pueda ser aire es libre.
En todo lo que pueda ser libre hay un caos. El aire es una especie de
caos.
Convenimos, mi sombra y yo, en disgregarnos en un minuto del
mediodía. Pero ¿quién miente?
Anoto Pagra, de Manuel Vázquez Montalbán. Acaso sea una
sinfonía esa ciudad.
“Damas de Praga
como las rosas de Alejandría
coloradas de noche blancas de día”
Paso toda la guerra inventariando metáforas de guerra.
Hay hambres que son metáforas del hambre pero ninguna tan cruda
como el hambre. El hambre es hombre. El hambre está lleno de
monstruos. Monstruos de un hambre maldito.
Leí en el diario que un barco de la armada argentina mató con sus
hélices a una ballena en Chubut en temporada de avisaje. Ella nos
atacó, dijeron.
Hay mujer en el aire.
Un aire de mujer en los músculos de los plátanos. Desboca.
Desnuda.
Levanto una piedra y hay un ciempiés. Vuelvo a levantarla y se cae
un mundo. El misterio.
Praga debió ser una lanza clavada en los testículos del sol.
La luna es un cementerio vacío de muertos. Las invocaciones,
los clamores pacen en el aire.
A veces uno cree que está mal hecho. Que es un boceto sombrío.
Que al estornudar puede vaciarse de órganos, dislocarse,
derrumbarse y dar con el boceto de otro.
El aire anotado en los cuadernos de Dios suspira como una mujer
embarazada, se ladea hacia los márgenes, es un caos revulsivo
capaz de asfixiar a cualquier dios.
Levanto una piedra con la esperanza de avistar una ballena.
sábado, agosto 30, 2008
domingo, agosto 24, 2008
Notas para un poema I
Hay una potencia en el aire, cierto fragor subterráneo,
un calor, formas que según Wallace Stevens son como de mujer.
Voy a llamar a mi madre esta tarde –esta tarde arde por lo que no
está-: qué será mañana de Jesús sin ella.
Es el aire en el aire. Ora nublado por el humo en olas de un
cigarrillo, ora sentencioso con su arco de violín recién amanecido
en los plátanos. Los plátanos se me antojan azules. Sí, pero es
un color que degrada en un plomo dulce para luego retozar en
nuez.
Su voz en cuclillas.
Voz en cuclillas a crecer de enredadera. Conserva lo sutil: cachorros
mojados, frutos de abuela, canasta, como el dibujo en un frasco
de mermelada.
El cordón de la calle tiene un temperamento especial.
Aguas por el desagüe: poner una palabra en la corriente. Remar con
los ojos. Atrás queda la fulminante soledad de un tapial.
La parada de colectivos es un silencio largo del que conversa la
baldosa quebrada y el grillo muerto desde anoche.
Arroz. Trocitos de pollo acaramelados con miel. Jengibre.
Por la tarde mi madre me dirá qué comió en el almuerzo.
A mi voz guardada en cuclillas no la segará ninguna sinfonía
de martes. Ni el violín del aire serruchando las ramas de los
plátanos.
El malabarista que vi en aquella esquina jugaba con mundos
de fuego. Una llama quemó los anteojos de un traje con señor.
El señor estaba ausente y hospedado en algún lugar.
A veces hay una fiebre en el aire.
Otras veces dan ganas de hacer el amor de espaldas al discurso
presidencial.
Anoto que hay escases de musas. Un sonido que pasa como
quien va para otro lado invoca otras bocas, bocas luego boas,
luego un santo, y un cansancio que habla del aire.
Un pez que habla del aire.
En mi sueño había cosas benditas, otros colores y otras sombras.
Glorias pasadas. Mi sueño no era el trineo de otro. A la nieve
la juntaban los vendedores de pochoclo. Una vez en sus manos,
las palomas llevaban mensajes que sólo podían ser leídos por
palomas.
Desconfío de los discursos. Que hable la calle, que hablen los
canteros, que hablen los pinos, que hable el grillo muerto,
que hable la lluvia.
En el sueño telefoneaba a mi madre y le preguntaba por mi padre.
Lo importante es la salud. La vida va y viene.
En el aire había un puñado de rosas que no te regalé.
un calor, formas que según Wallace Stevens son como de mujer.
Voy a llamar a mi madre esta tarde –esta tarde arde por lo que no
está-: qué será mañana de Jesús sin ella.
Es el aire en el aire. Ora nublado por el humo en olas de un
cigarrillo, ora sentencioso con su arco de violín recién amanecido
en los plátanos. Los plátanos se me antojan azules. Sí, pero es
un color que degrada en un plomo dulce para luego retozar en
nuez.
Su voz en cuclillas.
Voz en cuclillas a crecer de enredadera. Conserva lo sutil: cachorros
mojados, frutos de abuela, canasta, como el dibujo en un frasco
de mermelada.
El cordón de la calle tiene un temperamento especial.
Aguas por el desagüe: poner una palabra en la corriente. Remar con
los ojos. Atrás queda la fulminante soledad de un tapial.
La parada de colectivos es un silencio largo del que conversa la
baldosa quebrada y el grillo muerto desde anoche.
Arroz. Trocitos de pollo acaramelados con miel. Jengibre.
Por la tarde mi madre me dirá qué comió en el almuerzo.
A mi voz guardada en cuclillas no la segará ninguna sinfonía
de martes. Ni el violín del aire serruchando las ramas de los
plátanos.
El malabarista que vi en aquella esquina jugaba con mundos
de fuego. Una llama quemó los anteojos de un traje con señor.
El señor estaba ausente y hospedado en algún lugar.
A veces hay una fiebre en el aire.
Otras veces dan ganas de hacer el amor de espaldas al discurso
presidencial.
Anoto que hay escases de musas. Un sonido que pasa como
quien va para otro lado invoca otras bocas, bocas luego boas,
luego un santo, y un cansancio que habla del aire.
Un pez que habla del aire.
En mi sueño había cosas benditas, otros colores y otras sombras.
Glorias pasadas. Mi sueño no era el trineo de otro. A la nieve
la juntaban los vendedores de pochoclo. Una vez en sus manos,
las palomas llevaban mensajes que sólo podían ser leídos por
palomas.
Desconfío de los discursos. Que hable la calle, que hablen los
canteros, que hablen los pinos, que hable el grillo muerto,
que hable la lluvia.
En el sueño telefoneaba a mi madre y le preguntaba por mi padre.
Lo importante es la salud. La vida va y viene.
En el aire había un puñado de rosas que no te regalé.
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