sábado, marzo 14, 2009

Notas para un poema XXV

Camino la playa con una mariposa en el hombro. Yo también miro desde ahí. Creo que a ambos nos alza una ola invisible. Como si el pincel de alguien nos estuviera pintando, dando últimos brillos, remarcando sombras. Estamos situados en algún escalón de la tarde, perdidos en otros asuntos, caminando. La mariposa que llamé Patricia se me vuela y se va por un bolsillo del cielo. 
El de guardapolvo blanco salta en la arena, junta conchillas que 
crecerán en sus bolsillos. Lleno de ángeles, mira ahora desde el hombro de un médano.

El balbuceo de los sillones de mimbre. Nunca terminan de 
acomodarse sus astillas en el aire. 

Los dos versos finales de The happy child, de Cortázar: 
“oh niña que no ves moverse
las alas de una rosa negra”. 
Ni las abejas del aire ve la niña feliz. Pero cuando la rosa negra ya no esté, no dirá que se ha volado: buscará los pétalos en su cabeza de dicha, sus manos locas revolotearán el aire sobre su cabeza como alas de rosa negra.

Salí a caminar. El sol ya había abierto. Las rejas de las casas bajo el rocío, las celosías y las puertas cerradas eran vecinas con muy mal humor.

Silencio: pasa una mosca. Detrás un cortejo invisible, largo como un zumbido. Cómo no pensar en la muerte. O al menos en una carroza fúnebre rumbo a un entierro. El resto de las cosas de pie, 
de piedra, santiguándose.

Niña: ¿acaso no ves la mosca de la muerte en los pétalos de la rosa negra?

Como la que te amaba y te hablaba de siempres y siempre temía una despedida. Vos, que eras el hombre de su vida, y ahora no te dice ni hola.

Los amantes crecen en buhardillas y andenes, en los samovares del asfalto del verano, en los mateos de los bancos de las plazas, en las copas de los tapiales orinados por los perros, en azules de madrugada con tejados a dos aguas, en la lluvia que aún chorrean los árboles a los que nadie les avisó que ha parado de llover. En tantas otras partes crece la inesperada llama. Cada vez que alguien sueña el amor nace el mundo, echa a andar la primera hora. Adán y Eva andan desnudos, frágiles, eternos. El árbol de la sabiduría aún no sabe nada.