viernes, noviembre 28, 2008

Notas para un poema XV

Un verso-llave-espejo. No para mirarse, sino para ver cuántos
somos.

…y de pronto no pensar. Reír como un vestido de verano al que se
le ha volcado todo el sol encima.

Cuando no hago pie en un sistema, metamorfoseo. Me adhiero con
mis tentáculos, salto como un canguro, sacudo mis alas, si es que
las encuentro. Porque a veces uno no busca lo que encuentra y por
más que busque si uno no quiere encontrar nada se topará con otras
cosas: una puerta cerrada a los pies de la cama, la nariz de un payaso
en medio de un plato de tallarines, una jirafa en la cocina, ese viejo
par de guantes en un último cajón de la cómoda que nos mira como
dispuesto a darnos una mano.

El reloj de pared se detuvo a las 10: 14. Hay relojes que no resisten.
Sea la hora que fuera se detienen exactamente en punto en el hueco
de las horas.

El muchacho del andén nada olas, trepa una pena de estación, se
sumerge en la miel de la melancolía. El muchacho del andén
naufraga al anochecer, se toma de los vértices del aire, se hace luna
y pincela los rieles, los durmientes, las horas.

¿Quién no se ha quedado en una estación cuando el tren se va con
nosotros y nos quedamos mirando el andén por la ventanilla?

Cómo explicar, Alejandra, que partió un barco de mí sin llevarme.
Con palabras de este mundo apenas me mantengo a nivel de la
marea. Con palabras de este mundo parto de mí, llevándome, como
quien no tiene otra cosa que ponerse.

Un árbol atado a un caballo la inmensa pradera florece relincho
pensado en el aire ya es pelota que atajan las ramas las ramas bailan
de ser ramas y bailan un viento silbador un árbol atado a un caballo
no se volará así nomás o al menos no lo hará sin llevarse al caballo
a caballo tampoco el caballo es ancla y todo árbol que se precie
puede ser pájaro y relinchar o ser caballo y decir pío si es que no
prefiere ser otra cosa cualquier otra cosa por la inmensa pradera
florecida el cielo el aire los astros.

sábado, noviembre 22, 2008

Notas para un poema XIV

Ingresa al vagón del tren y anuncia:
-¡Sólo el amor salvará al mundo!
Se sienta en un banquito y apoya el bandoneón en sus rodillas.
Repite: só-lo el a-mor sal-va-rá al mun-do.
Arremete con una zamba, que dedica a los maestros, y luego toca
Malena. Cuanto termina pasa una bolsa de tela entre los pasajeros
en cuyo fondo ya hay unas monedas.

SÓLO EL AMOR SALVARÁ AL MUNDO.

Antes de bajar del tren, siento la tentación de preguntarle al
bandoneonista de qué cosas del mundo nos salvará el amor, pero
me voy silbando Malena.

El viejo proverbio dice que si sembrás arroz obtendrás arroz. Pero
el poeta debe sembrar una cosa y esperar otra. Sino qué gracia
tiene.

Su voz en cuclillas me tejía saquitos de lana.

Anoto que de lunes a viernes todos los días están en plural.
En cambio sábado y domingo gozan de una singularidad
personalísima.

Las rejas y las puertas cerradas se veían así:

TttttttttttttttttHHttttttttttttttttT

Atrás se alzaba el castillo y la pieza de ella con su ventana abierta
de par en par. Salté, sí, pero ocurrió un imprevisto y debí escapar
como pude. Esto es atravesando las rejas:

TttttttttCttttttHHttttttttttttttttT

(Nótese el agujero que dejé al pasar)

El perro, siempre el perro, debí adivinarlo.

Está bien, de acuerdo señor bandoneonista del tren: sólo el amor
salvará al mundo. (Paso mi bolsa invisible por entre los cajeros
automáticos del banco Santander Río)

sábado, noviembre 15, 2008

Notas para un poema XIII

Querida Gloria Fuertes:

Disculpe usted que irrumpa intempestivamente distrayéndola de
sus quehaceres celestiales. Acudo a usted en su carácter de Poeta
de guardia para que me sepa aconsejar y orientar acerca de unos
problemas que me aquejan.
Verá: hace tiempo que padezco unos versos imprecisos, de una
inanidad que es como para agarrarse de los pelos, estoy seco de
metáforas e ideas y mis poemas renguean, dan dos pasos y se
desmoronan como castillos de naipes. Por otra parte, acuden a mí
ciertos seres de un bestiario ignoto y no sé qué hacer con ellos.
No tienen alas ni cola y se difuman no bien empiezo a escrutarlos.
Se guarecen tras los libros de mi biblioteca, me rehúyen, juegan a
las escondidas, y cuando creo que están bajo un Lezama Lima,
salen por detrás de un Maiakovski. En fin, que me tienen de centro
de sus bromas. De las musas ni hablar: se cruzan de vereda cuando
me ven venir, mantienen una posición irreductible y algunas hasta
se hacen las ofendidas, mire usted.
Bueno, todo esto en cuanto a mí, pero no querrá saber cómo
marchan las cosas en el mundo –si es que en verdad no lo sabe-.
No, no quisiera perturbarla con una lata interminable y con noticias
que sobrecogerían al más templado de los hombres.
Usted me dirá qué debo hacer, queridísima Gloria, si es que está
usted dispuesta a ayudarme. En su defecto, dígame por favor a
dónde debo dirigirme y con quien tratar. Desde ya muchas gracias.
Disculpe usted la molestia.

Mi cariño de siempre.

Máximo Ballester

sábado, noviembre 08, 2008

Notas para un poema XII

Notas para un poema que no terminaré nunca.
Bollos de papel en el cesto de la basura. Me queda un solo
fósforo. Pero lo froto contra una gota de agua. He aquí toda mi
poesía.

Suena el teléfono: es mi madre. Está triste. Me habla de mi
hermana. Me pregunta cómo estoy. Estoy bien, escribiendo.
Le pregunto por Dios. Él anda bien, a pesar de todo.

Me acaban de avisar que los habitantes de la casa que imagino en
el terreno vacío se fueron de vacaciones. Colocaron un cartel
enorme en la puerta los muy imprudentes. Y se olvidaron del gato.

Días nublados, destemplados, grises. Una humedad que llora en
las baldosas, en cada palmo de las plantas. Humedad que cuelga
de las ropas. Humedad de vencido. Humedad de ojos taciturnos.
Humedad de medias transpiradas. Humedad que se pega a las caras,
a las manos, al saludo, a los pasos, a los papeles cotidianos, a los
techos, a las bisagras de las puertas. Humedad nadada por un
muchacho en un andén por donde pasa un tren dejando olas.

En la parada de colectivos se me acercó una paloma para comer
restos de una galletita que estaban esparcidos a mis pies.
Caminaba con cautela hacía mí. Aun así se me acercó demasiado.
¿Cómo es que no le di miedo? ¿Habrá pensado que yo estaba
muerto?

¿Qué había en el aire? ¿Vestidos con toda una primavera encinta?
¿Lluvias que no eran? ¿Alguien lloraba para que yo pronunciara
su nombre? En el aire escuché voces distintas. Me llamaron tres
veces en tres distintos lugares. ¿Quién más sabe mi nombre?
¿Qué más se me dará por descifrar entre las ramas de esos árboles?

Trepar la pena con uñas de felino, desgarrarla, tumbarla de
espaldas. Trepar la pena más allá de la pena, más allá de las
gelatinas del aire de la pena. Treparla como si fuésemos a
desnucarla de un sólo beso trasnochado en la yugular. Treparla
como si estuviese en bragas. Sorprenderla de espaldas y
preguntarle quién soy, cómo me llamo. Tomarla de las nalgas, los
pelos, los pezones. Amasarla, moldearla hasta dislocarla en un
rapto de éxtasis furibundo. Apretarla hasta que quepa en una mano.
Arrojarla al río o de un puente o de un décimo piso o a las vías del
tren. Como sea pero bien lejos. Que tarde un poco más en volver a
encontrarnos. Y cuando inexorablemente dé con nosotros, no
sucumbir a su bruma, a su aire de vacío, a sus palas cavadoras,
a sus ardides de hembra despechada. Y que no crea ni por un
segundo que morimos por su abrazo. Y que ni loca piense que
volveremos a treparla.

sábado, noviembre 01, 2008

Notas para un poema XI

Tiene algo de los cálculos de Einstein, de los devaneos de 
Raskólnikov, del Dasein de Heidegger, del Aleph de Borges, del 
ojo tajeado de el Perro andaluz de Buñuel el hueco que hay en las 
horas.

El fondo de las cosas, dice Juarroz, no es la muerte o la vida. 
Por esas orillas pasean las voces que oía Virginia Woolf. César 
Vallejo hunde su mano y saca un muerto lleno de vida y nos 
muestra algo del fondo de las cosas. Las cosas son las cosas. 
Luego las cosas son lo que ponemos en las cosas. Luego las cosas 
son las cosas. Pero el fondo no se ve: tenemos ojos ansiosos y los 
ojos ansiosos suelen ser ojos de mirar. Pero intuyo que andan por 
ahí los ojos que ya nos empezaron a nacer. 

Un esternón abierto llena de luz el hospital. Es de noche. Pero los 
pájaros que se oyen junto a las ventanas creen que ya ha amanecido.

Dos hombres encorvados siguen un camino de hormigas que parece 
terminar en el fondo de las cosas. Es un Dante tomado de la mano 
de un Virgilio: descienden por el hueco de las horas.

Un punto de fuga, un átomo encendido, un tris celestial, la unión 
de dos voces que hacen un solo párpado, una sola llama. La 
inauguración de lo ya vivido en los vértices del aire. Lo presente 
se acuna, brilla de latido, ya es sed feroz de la memoria.

Una palabra por debajo de la puerta es una nueva puerta. Hay que 
dejar la cama, el peine y las costumbres. Hay que vestirse de 
argonauta. Soñar es preciso.

Voy a llamar a mi madre y le diré que sufrí un accidente: nací.

Un muchacho en el andén nada en sentido contrario la marcha del 
tren al irse. Bracea las olas invisibles, agacha la cabeza y la vuelve 
de costado. Su velocidad aumenta a medida que el tren aumenta su 
marcha. Las olas invisibles lo despeinan, lo fatigan. Luego emprende 
una caminata lenta. Lleno de aire.

Por el hueco de la tráquea de las horas baja la voz de mi abuelo 
Luis: me pide que le patee una pelota.