sábado, noviembre 01, 2008

Notas para un poema XI

Tiene algo de los cálculos de Einstein, de los devaneos de 
Raskólnikov, del Dasein de Heidegger, del Aleph de Borges, del 
ojo tajeado de el Perro andaluz de Buñuel el hueco que hay en las 
horas.

El fondo de las cosas, dice Juarroz, no es la muerte o la vida. 
Por esas orillas pasean las voces que oía Virginia Woolf. César 
Vallejo hunde su mano y saca un muerto lleno de vida y nos 
muestra algo del fondo de las cosas. Las cosas son las cosas. 
Luego las cosas son lo que ponemos en las cosas. Luego las cosas 
son las cosas. Pero el fondo no se ve: tenemos ojos ansiosos y los 
ojos ansiosos suelen ser ojos de mirar. Pero intuyo que andan por 
ahí los ojos que ya nos empezaron a nacer. 

Un esternón abierto llena de luz el hospital. Es de noche. Pero los 
pájaros que se oyen junto a las ventanas creen que ya ha amanecido.

Dos hombres encorvados siguen un camino de hormigas que parece 
terminar en el fondo de las cosas. Es un Dante tomado de la mano 
de un Virgilio: descienden por el hueco de las horas.

Un punto de fuga, un átomo encendido, un tris celestial, la unión 
de dos voces que hacen un solo párpado, una sola llama. La 
inauguración de lo ya vivido en los vértices del aire. Lo presente 
se acuna, brilla de latido, ya es sed feroz de la memoria.

Una palabra por debajo de la puerta es una nueva puerta. Hay que 
dejar la cama, el peine y las costumbres. Hay que vestirse de 
argonauta. Soñar es preciso.

Voy a llamar a mi madre y le diré que sufrí un accidente: nací.

Un muchacho en el andén nada en sentido contrario la marcha del 
tren al irse. Bracea las olas invisibles, agacha la cabeza y la vuelve 
de costado. Su velocidad aumenta a medida que el tren aumenta su 
marcha. Las olas invisibles lo despeinan, lo fatigan. Luego emprende 
una caminata lenta. Lleno de aire.

Por el hueco de la tráquea de las horas baja la voz de mi abuelo 
Luis: me pide que le patee una pelota.