sábado, febrero 24, 2007

En la cocina, que da al lavadero

La pava sobre el fuego.
Mi taza de café.

Desde el lavadero viene la voz del niño
de al lado. Lo oigo repasar las tablas.
La madre le promete el infierno si no aprueba
matemática.

La maza contra los ladrillos en el piso de arriba
amenaza con demoler todo el edificio. Pienso
en cómo quedaría un pedazo de revoque
sobre mi taza de café.

El locutor de la radio informa violento choque
en la autopista: un muerto, dos heridos.
Apago la radio.

El niño de al lado sigue con su rezo: cada vez
más firme, como la maza contra la pared de ladrillos.
Un golpe, un número, un golpe, un número…

Ahora el albañil ha cesado y deja caer la maza:
ruido de maza cayendo y deslizándose en el piso.
Se escucha un barrido de escombros.

(Silencio…) Sorbo mi café, prendo un cigarrillo:
dos pitadas.

-Dos por cuatro doce-dice el niño.

domingo, febrero 18, 2007

En el río

Los peces aletean
en la superficie del río.

Un cartel dice:

AGUA NO APTA PARA EL CONSUMO HUMANO.

La contaminación no impide
que una mujer se bañe abrazada
a la escalerilla de la popa de un velero.

El río se oye suave.
Una calma de miel se apodera
de los juncos en bouquet.

A lo lejos se divisan tres barquitos.
Muy juntos, como tomados

de-la-mano.

domingo, febrero 11, 2007

Acuarela diurna

Respiración, ambigua soledad de los pinceles.
La fisura en la nariz del santo de yeso tiene más luz
que la espalda del artesano, que duerme
bajo la depresión del sauce. Llora el árbol no ser perro
o estrella al pie de la tarde. El sol se cuela a hurtadillas
entre las ramas y despabila a los pinceles.
El alma de las cosas busca palabras impalpables.
Tal vez por eso es extraño que los faroles no estén hechos
de papel. En la vereda, que cosen las palomas, las sombras
esperan abordar el primer crepúsculo que pase.