domingo, enero 18, 2009

Notas para un poema XX

(Leo Sentar cabeza, de Enrique Molina. Me reconozco en esa raza violeta, en esa raza verde, rico de todo cuanto me rodea. )

¿Y cuándo sentarás cabeza?
Y en qué lugar.
En qué silla cómoda he de sentar cabeza, y ante qué mesa de estarse quieto y en paz.

Siento cabeza como quien baila sobre espuma lila y despabila 
burbujas como sueños de princesa 
como quien canta en una trinchera una canción de cuna 
como quien seduce a un cachorro de tigre de bengala 
como quien saca a bailar a una estatua
a un busto patrio 
a una tumba.
 
Siento cabeza como los cubiletes al vomitar sus dados 
como las copas colgadas en un restorán 
como la olla que volteó el perro sin darse cuenta 
como la moneda que cae de canto sobre un zócalo y es espejo donde se peina la oruga 
como la tostada que cae de cara con su cara de mermelada contra el piso. 

Siento cabeza en el murmullo de los plátanos 
en las estrofas de los alambrados 
en el silencio de las escobas de las nubes
(si hay un unicornio entre ellas, siento cabeza en él) 
en las campanas lejanas de las iglesias que suenan como
sentencias fatales  
en el fragor de unas prendas colgadas a secar chorreando asuntos
y presencias. 
 
Siento cabeza en cualquier pie que no haga pie 
en la ronda de los niños de frentes transpiradas 
en los bastones de los viejos que arponean las baldosas  
en las cicatrices de parto 
en la renguera de un perro diciendo Sí con la cabeza y 
No con la cadera 
en la mirada del ciego que me mira como si me conociera
en las lenguas del mar en la orilla donde se espeja la mañana 
en la luz de un farol con su danza de insectos del verano. 

Siento cabeza como lloran los niños del último banco 
junto a Federico García Lorca: “pulso herido que ronda las cosas del otro lado”. 

Siento cabeza en los suspiros de larga distancia 
en las monedas que lucen los pescados colgados 
en las almejas boquiabiertas 
en los trenes que se desinflan al llegar a una estación 
en las sirenas de los bomberos
en los panaderos con los que hace malabares la brisa 
en los mascarones de proa siempre de mirada altiva  
en la sonrisa de los botones de las blusas 
en los pizarrones de las medianeras 
en los novenos pisos con macetas de azúcar donde puede haber alguien dispuesto a arrojarse
en el guiso humeante de los albañiles 
en las puertas de un prostíbulo 
en los pechos de las monjas 
en los ojos de las vacas
en los corazones tallados en los árboles que lloran fechas
y promesas 
en los barriletes de cola como trenzas 
en las pelotas que no bajan nunca 
en las carteleras con dibujos de una escuela 
en los toboganes de las plazas 
en una procesión de hormigas cuando parecen veleros con 
hojitas verdes sobre sus cabezas 
en un sacacorchos 
en un trompo
en una chimenea
en las puertas de los baños públicos aunque se anuncie un
sexo de violencia 
en las calesitas con música de Abba 
en septiembre 
en Marruecos 
en la niebla 
en un Monte de Venus 
en los trapecistas 
en las gaviotas que parecen colgadas de un techo y penden de hilos invisibles 
en un muerto en la calle 
en los plumeros raídos buscando aves en los estantes o en el
polvo que flota en el aire 
en los peinados que lucen los pinceles usados 
en los pinceles que usan ciertos peinados
en las barbas del choclo 
en los muñecos rotos con la mueca de alguien 
en los girasoles saludadores con manos de alumno de jardín de
infantes 
en cualquier acantilado con boleto de ida 
en cualquier sobremesa cualquier noche cualquier día.
 
Siento cabeza en un beso.

Siento cabeza en la luna.