jueves, enero 29, 2009

Notas para un poema XXII

La sensación de ser un proyecto que ha sido reemplazado por otro.

Con la mecedora del tiempo hacer leña y encender un fuego. 
A su vera, recitar el presente continuo como un poema de
Shakespeare. 

“La mejor manera de viajar es sentir”, dice Pessoa como Álvaro de 
Campos.
Atravesar las personalidades con nuestras valijas por llenar, liviano 
ante todo el espectáculo humano. El mundo es una gota extraviada 
de su lluvia. Todos somos una gota que se une a otras gotas.
Y viajamos una vez que sentimos segura la mano de nosotros 
mismos.

Voy a la voz de mi padre. En ella me instalo como en una pradera. 
Acabo de soñarlo. Yo corría a defenderlo del ataque de los Zulúes. 
Después el campamento era un hospital a cielo abierto y un médico 
puso en mis manos unas pinzas largas como las que utilizan los 
cirujanos. El médico me dijo que las tenga, que me servirían para 
repeler un nuevo ataque de los Zulúes. Mi padre estaba bien: un
raspón en la frente, y apenas una gota de sangre colgaba de su nariz. 
Salimos a una vereda. Mañana espléndida. De la nada, mi padre 
toma de un hombro a mi hermano Luis y se encaminan a un puesto 
de flores. Yo los veo irse y no puedo cruzar la calle. Siento un límite. 
Y me pregunto por qué mi padre no me eligió a mí para caminar 
rumbo al puesto. “Quiero que le lleves un ramo a tu madre”, le dice
a mi hermano, “para que sepa cuánto la quiero”.

Por las escaleras de Xul Solar, bajo y me pierdo. 
Si no encuentro el sueño, vuelvo a subirlas y a bajar, pero esta vez 
por una caracol. Casi siempre me duermo antes.
-¿Antes de qué?
-Antes de un final.
-Pero si no hay un final.
-Voy bajando. Bajar es un fin en sí mismo. Y el objetivo final es 
que yo pueda dormir.
-¿No es mejor arrellanarse en un descanso? Ya lo dice la palabra…
-Es que los descansos sirven para pensar cómo seguir y yo no 
quiero pensar a esa hora, sólo quiero…
-Claro, el señor se va a dormir y deja al mundo tal como está, 
sin importarle nada.

Me descubro ante usted (me quito el yunque de la cabeza) querida 
Calíope. Es un día encantador, ¿no lo cree usted? Pero veamos: 
qué contiene esa tablilla, a ver cómo suena esa trompeta. 
Cerraré los ojos. Haga usted de mi cabeza un jardín helénico, 
un barrio celestial. Quisiera posar mi cerebro en el primer día 
de La Creación.