sábado, octubre 04, 2008

Notas para un poema VII

Un hombre se corta las uñas. Se deshoja.
Acaso sea Voltaire. El despertar de Voltaire, de J. Huber, en la
tapa de El jardín de las dudas de Fernando Savater.
O quizá sea Oscar Wilde, quien pone una coma –o la quita- en su
escrito, y ese es todo el trabajo literario producido en el día.

Hoy llamaré a mi madre y le preguntaré por la receta del puchero.

Acaso la inteligencia de un escritor debería medirse por la cantidad
de libros publicados de los que se arrepiente.

Me concentro en un terreno que hay en una manzana cerca de aquí.
Tiene alrededor casas y edificios. El terreno está solo, bajo las
sombras de las construcciones. Empiezo a imaginar una casa de dos
plantas. Balcones. Ventanas. Puerta de madera. Necesito la
presencia de una escalera exterior con su descanso para ver las
personas que habitan la casa. Suben y bajan. Las hago entrar por un
balcón, salir por el techo. Cambian de ropa, de objetos que llevan,
y a veces de cara. Las hago desayunar en el descanso, telefonear
sobre una ventana, dormir en el felpudo de la entrada.
Cuando paso por esa calle repito siempre el ejercicio de imaginar
que hay en ese terreno vacío una casa, que habitan personas que no
existen.

Un hombre se cortaba las uñas de las manos en el umbral de una
casa que aún no estaba allí.

Ir sin manos a hurgar profundo en el hueco de las horas.

Cuando el amor se parece a Job.

Una vez vi un hombre en llamas en el hall de entrada de una casa.
Fue en San Fernando. Yo era chico. Pensé que era el Diablo. Pero
hoy creo que no lo era. Su cara colorada tenía una mueca de dolor
terrible. Era un llanto de lágrimas encendidas. Estaba sentado. De
perfil. Se retorcía entre mil llamas, desgarradoramente.
Cerré los ojos –pensé que era mi imaginación-, y al abrirlos,
el hombre ya no estaba.

Un hombre se deshoja: ojo por ojo, uña por uña, gota por gota,
hora por hora, pelo por pelo y se desnace en el viento.

Las uñas cortadas, que tanto sirven para comas como para trazar
el contorno de la luna.