sábado, septiembre 20, 2008

Notas para un poema V

Hay un hueco en las horas. 

Vivimos para aprender, en algún momento, que hay un hueco en 
las horas. Un falta algo. Una desproporción. Una figura en falsa 
escuadra. Un hambre no se sabe de qué en el vértice más lejano de 
las horas.

El problema de Kafka era no saber ser otro que Kafka. Nunca se 
sabe ser otro: se desea. Todo el arte está impregnado de “ser otro”.

Las criaturas de Lautréamont diciéndole a Dios -defecado por el 
hombre-: no queremos ser como tú. 

El caos del aire es un cementerio lleno de vida. 

Todo lo que hay es tiempo. Un tiempo cuyas horas reservan un 
hueco para la conciencia.

Si yo tuviera tus manos como cachorros de león recién nacidos 
sabría de otra voz. Una voz de flauta celestial, maravillosa. Sordo 
a todo lo demás, la acunaría en silencio. Cada silencio tuyo: un 
universo.

En el aire había un malabarista de nubes. Mojaba sus manos en la 
lluvia para moldear seres de otra fantasía. Cuando abrí los ojos, aún 
no había llovido. Un hombre empujaba su carro: arrancaba panes ya 
maduros a los cestos de basura florecidos.

No sé quién era los pasos bajando por la escalera. No sé quién el 
sonido interrumpido, la pequeña pausa para leer el correo. Suelas 
que se apilan. O se desapilan. Seguidilla de seguir. De seguir siendo 
en los escalones como teclas de la escalera.

Hay un hueco en las horas. Un ojo que desmira. Un túnel entre 
escombros. Un abismo que se agita, absorbe, respira. Hay un siglo 
en las horas, y más allá un infinito. Hay una ostra. Una bitácora. Un 
escalpelo. Un reloj dentro de un reloj dentro de un reloj como en 
cajitas chinas.

Y hay lo que no hay, en las horas.