I am not sorrowful but I am tired
Of everything that I ever desired.
Anoto los versos de Dowson que Ciorán ha repetido a lo largo de
su vida:
“No estoy triste, estoy cansado
de todo lo que siempre deseé”
Es un grito tallado en las paredes de su alma. Signos que se
derraman, que chorrean una sangre metafísica.
La sensación de tener pedazos del cuerpo vagando por ahí, flotando,
naufragando aferrados a maderos de ilusiones pasadas. Ilusiones
que esperan ser sacudidas como manteles, como sábanas, y vueltas
a tender, redimidas.
Los anteojos de mi padre olvidados sobre su mesa de trabajo. Ahí
estaban de pie. ¿Mirando qué? ¿Acaso a las herramientas colgadas,
que también esperaban y velaban por sus manos?
Las herramientas de mi padre eran llaves que podían abrir mil
puertas.
Un voz en cuclillas se mete por otra voz interior mía y se trenzan en
una voz contenta que entra por los oídos de mi pecho, me recorre
con densidad de beso hasta que doy en este que soy: cofre de esa
voz, cajita de música que cantará hasta el fin de mis días.
¿Qué será de Praga sin Manuel? ¿Seguirá siendo una ciudad de ferias
y congresos?
Una costilla oculta escribe el deseo en la corteza de los árboles.
Los amantes rompen la bolsa y lloran de estar vivos.
Algún día un ave preguntará por qué nacemos sin alas.
De todo lo que deseé me queda haber amado. Soy una pelota. Y mi
alma un hombre encorvado que mira de cerca un camino de
hormigas. Soy una pelota que rueda. Y al rodar se me caen dos o
tres palabras que guardo para hacer un poema. Pero sobre todo soy
el poema que nunca pude escribir.
Los anteojos de mi padre brillan en la madrugada de mi infancia.