sábado, abril 04, 2009

Notas para un poema XXVIII

Y decir algo que no pueda ser callado. No un suceso normal, no una noticia cualquiera. Comunicar la propia muerte y después cerrar la puerta. Pero antes, decir hasta luego.

Dicen que de los laberintos se sale por arriba. Propongo salir cavando. Cavando en nosotros mismos.

Y observando una clepsidra -detenido en un brillo que me recuerda unos ojos tras de una ventana-, y siguiendo un granito de arena y otro y otro más, a las seis y cinco de la tarde me pregunto por qué carajo debemos tener un cuerpo.

Otro secreto de la naturaleza, decía Joaquín Giannuzzi, de la ley del viento invernal, mientras veía acumularse la escarcha bajo el vidrio de la ventana: “Otro secreto de la naturaleza cuyo único error es mi propia existencia”.

Sí, de la rosa salió alguien. Pero yo entonces tenía luciérnagas en los ojos.

Bernard Shaw aconsejaba construir los cimientos debajo de los castillos que solemos hacer en el aire. Yo sólo acepto que sean cimientos en el aire, porque entonces qué es, qué hacemos con una ilusión de canto rodado, con una imaginación a la altura de los pies.

Caminamos entre arbitrios, convenciones, parámetros, lugares comunes. Caminamos por lo pensado. ¿Cómo descalzarse el
cuerpo? Ah, caminar siendo el recuerdo de alguien…

Herido en la primera persona del plural, sentado en los codos, abriendo ante mí una silla vacía. Viendo caer la pelusa de las pelotitas de los plátanos en mi cerveza ya sin espuma. Con viento en la cara y voces en la vereda. Con palomas que vienen a robarme el pochoclo de la mesa. San Telmo. Sábado a la tarde. Te invito a bailar en los adoquines aunque no estés, bajo la nieve amarilla que cae de los plátanos.