viernes, enero 30, 2009

Vacaciones..........

Amigas y amigos: 

Me voy por un par de semanas al mar. 

Los visito a la vuelta.

Saludos para todos!

Máximo.

jueves, enero 29, 2009

Notas para un poema XXII

La sensación de ser un proyecto que ha sido reemplazado por otro.

Con la mecedora del tiempo hacer leña y encender un fuego. 
A su vera, recitar el presente continuo como un poema de
Shakespeare. 

“La mejor manera de viajar es sentir”, dice Pessoa como Álvaro de 
Campos.
Atravesar las personalidades con nuestras valijas por llenar, liviano 
ante todo el espectáculo humano. El mundo es una gota extraviada 
de su lluvia. Todos somos una gota que se une a otras gotas.
Y viajamos una vez que sentimos segura la mano de nosotros 
mismos.

Voy a la voz de mi padre. En ella me instalo como en una pradera. 
Acabo de soñarlo. Yo corría a defenderlo del ataque de los Zulúes. 
Después el campamento era un hospital a cielo abierto y un médico 
puso en mis manos unas pinzas largas como las que utilizan los 
cirujanos. El médico me dijo que las tenga, que me servirían para 
repeler un nuevo ataque de los Zulúes. Mi padre estaba bien: un
raspón en la frente, y apenas una gota de sangre colgaba de su nariz. 
Salimos a una vereda. Mañana espléndida. De la nada, mi padre 
toma de un hombro a mi hermano Luis y se encaminan a un puesto 
de flores. Yo los veo irse y no puedo cruzar la calle. Siento un límite. 
Y me pregunto por qué mi padre no me eligió a mí para caminar 
rumbo al puesto. “Quiero que le lleves un ramo a tu madre”, le dice
a mi hermano, “para que sepa cuánto la quiero”.

Por las escaleras de Xul Solar, bajo y me pierdo. 
Si no encuentro el sueño, vuelvo a subirlas y a bajar, pero esta vez 
por una caracol. Casi siempre me duermo antes.
-¿Antes de qué?
-Antes de un final.
-Pero si no hay un final.
-Voy bajando. Bajar es un fin en sí mismo. Y el objetivo final es 
que yo pueda dormir.
-¿No es mejor arrellanarse en un descanso? Ya lo dice la palabra…
-Es que los descansos sirven para pensar cómo seguir y yo no 
quiero pensar a esa hora, sólo quiero…
-Claro, el señor se va a dormir y deja al mundo tal como está, 
sin importarle nada.

Me descubro ante usted (me quito el yunque de la cabeza) querida 
Calíope. Es un día encantador, ¿no lo cree usted? Pero veamos: 
qué contiene esa tablilla, a ver cómo suena esa trompeta. 
Cerraré los ojos. Haga usted de mi cabeza un jardín helénico, 
un barrio celestial. Quisiera posar mi cerebro en el primer día 
de La Creación.

viernes, enero 23, 2009

Notas para un poema XXI

Esperamos una carta como la cinta en el pelo de las alumnas de
una escuela. Moño al viento, cándido: ofrenda al sol, de un sol 
dibujado en los pizarrones. Carta bajando por una cascada de
montaña. Las frutas de estación acompasadas en las múltiples 
partituras del aire. Flores silvestres en la frase “aquí te envío”; 
canasta de dulces en “aquí no para de llover” y en “ayer fuimos al 
mar”.
Esperamos una carta que estampe su beso celeste sobre nuestra 
última cicatriz.

Sentar cabeza en los maravillosos círculos de A beneficio de 
Mr. Kite de Los Beatles. Vendrán los Henderson, y Henry, 
el caballo, bailará el vals.

En otra esquina, mi sombra estaba esperándome.
-¿Qué hacés aquí?, le pregunté.
-Nada, me dijo asombrada (las sombras se asombran de nada), 
sólo estaba esperando “una forma original”.

Observo al zorzal comiendo su espagueti de lombriz. Después 
vuelve a la cima de la medianera. Ahora sí, con la panza llena, 
es mucho más fácil observar el mundo.

El tiempo es una mecedora. Cuánto aplasta en su vaivén irreflexivo. 
Sus pies de tablas de esquí de caramelo olvidado al sol machacan 
las horas para servirlas desgranadas en el plato principal del olvido.

Y en una gota de agua se puede encontrar un ángel: ¡no la bebas! 
Puede ser la gota que rebalse el vaso, puede ser la mismísima sed 
con alas, pude ser la gota de sabia de un ser mitológico, puede ser 
la lágrima de un santo, puede ser la última vez que veas un ángel. 
Secarla con un pañuelo y arrojarlo hacia el cielo. Si el pañuelo 
baja es porque es un ángel. Los milagros existen.

Mi abuelo Luis tenía una metáfora en la tráquea. 
Los lugares comunes de la luz se quedaban en las puertas del más 
allá. Un minotauro dormía plácidamente en las entrañas de mi 
abuelo. Mi abuelo hablaba con una voz de más allá, una voz de 
minotauro entre dormido.

Me pareció verla en el tren. Estaba sentada del lado de la ventanilla 
y el paisaje le cabalgaba en la cara. Leía una revista de diseño. 
Pero no podía ser aquel maniquí que me encandiló desde la 
vidriera de la casa de ropas. Me fijé en el corte de su vestido,
si correspondía. No pude hallar una pista clara. Sus poses eran 
naturales y sólo alzaba los ojos para mirar su reloj y por la 
ventanilla. Antes de bajar se retocó los labios. Al guardar su espejo 
de mano, noté la pintura saltada en una de sus uñas. Como la 
cachadura que suelen lucir los viejos maniquíes. 

domingo, enero 18, 2009

Notas para un poema XX

(Leo Sentar cabeza, de Enrique Molina. Me reconozco en esa raza violeta, en esa raza verde, rico de todo cuanto me rodea. )

¿Y cuándo sentarás cabeza?
Y en qué lugar.
En qué silla cómoda he de sentar cabeza, y ante qué mesa de estarse quieto y en paz.

Siento cabeza como quien baila sobre espuma lila y despabila 
burbujas como sueños de princesa 
como quien canta en una trinchera una canción de cuna 
como quien seduce a un cachorro de tigre de bengala 
como quien saca a bailar a una estatua
a un busto patrio 
a una tumba.
 
Siento cabeza como los cubiletes al vomitar sus dados 
como las copas colgadas en un restorán 
como la olla que volteó el perro sin darse cuenta 
como la moneda que cae de canto sobre un zócalo y es espejo donde se peina la oruga 
como la tostada que cae de cara con su cara de mermelada contra el piso. 

Siento cabeza en el murmullo de los plátanos 
en las estrofas de los alambrados 
en el silencio de las escobas de las nubes
(si hay un unicornio entre ellas, siento cabeza en él) 
en las campanas lejanas de las iglesias que suenan como
sentencias fatales  
en el fragor de unas prendas colgadas a secar chorreando asuntos
y presencias. 
 
Siento cabeza en cualquier pie que no haga pie 
en la ronda de los niños de frentes transpiradas 
en los bastones de los viejos que arponean las baldosas  
en las cicatrices de parto 
en la renguera de un perro diciendo Sí con la cabeza y 
No con la cadera 
en la mirada del ciego que me mira como si me conociera
en las lenguas del mar en la orilla donde se espeja la mañana 
en la luz de un farol con su danza de insectos del verano. 

Siento cabeza como lloran los niños del último banco 
junto a Federico García Lorca: “pulso herido que ronda las cosas del otro lado”. 

Siento cabeza en los suspiros de larga distancia 
en las monedas que lucen los pescados colgados 
en las almejas boquiabiertas 
en los trenes que se desinflan al llegar a una estación 
en las sirenas de los bomberos
en los panaderos con los que hace malabares la brisa 
en los mascarones de proa siempre de mirada altiva  
en la sonrisa de los botones de las blusas 
en los pizarrones de las medianeras 
en los novenos pisos con macetas de azúcar donde puede haber alguien dispuesto a arrojarse
en el guiso humeante de los albañiles 
en las puertas de un prostíbulo 
en los pechos de las monjas 
en los ojos de las vacas
en los corazones tallados en los árboles que lloran fechas
y promesas 
en los barriletes de cola como trenzas 
en las pelotas que no bajan nunca 
en las carteleras con dibujos de una escuela 
en los toboganes de las plazas 
en una procesión de hormigas cuando parecen veleros con 
hojitas verdes sobre sus cabezas 
en un sacacorchos 
en un trompo
en una chimenea
en las puertas de los baños públicos aunque se anuncie un
sexo de violencia 
en las calesitas con música de Abba 
en septiembre 
en Marruecos 
en la niebla 
en un Monte de Venus 
en los trapecistas 
en las gaviotas que parecen colgadas de un techo y penden de hilos invisibles 
en un muerto en la calle 
en los plumeros raídos buscando aves en los estantes o en el
polvo que flota en el aire 
en los peinados que lucen los pinceles usados 
en los pinceles que usan ciertos peinados
en las barbas del choclo 
en los muñecos rotos con la mueca de alguien 
en los girasoles saludadores con manos de alumno de jardín de
infantes 
en cualquier acantilado con boleto de ida 
en cualquier sobremesa cualquier noche cualquier día.
 
Siento cabeza en un beso.

Siento cabeza en la luna.

lunes, enero 12, 2009

Hoy

Al menos 38 palestinos murieron ayer
Israel ingresa en los suburbios y el primer ministro israelí 
Ehud Olmert dijo que su ejército está cerca de cumplir
con todos los objetivos trazados
Gaza es una herida que no cesa de abrirse más y más
Gaza es las entrañas de un hombre que sufre convulsiones
Gaza es el nuevo blanco el nuevo negro el nuevo judío 
la nueva y vieja guerra el nuevo escenario de la muerte
Gaza es una mujer que pare un hijo muerto
Israel es Israel y Gaza es Gaza

      I
      S
      R
GAZA
      E
      L

Gaza es Israel e Israel es Gaza
como que el mundo es el mundo es el mundo el mundo
el mundo…
Caín era Abel 
Matar es humano
Perdonar es un cuento divino
Matar es dinero
¿No habrá un dios por quien no matar?
Los tratados de paz son puños feroces contra una mesa
contra un mapa contra una iglesia un hospital una escuela
una región un vientre un corazón
Todo es por nada
pero nada es por nada 
pero todo es por nada 
todo es nada 
y más nada
Escuchá los alaridos tapate los oídos y escuchá cómo y dónde
tapate los ojos y mirá esos cuerpos
mirá esos cuerpos
Si Dios el amor la paz la esperanza están en tu cabeza también
pueden estar esos cuerpos
mirá esos cuerpos
mirá esa sangre esos ojos esas bocas esas orejas esas manos
escuchá las bombas los aviones los hayes los pordioses 
¿estás en Buenosairesbarcelonadistritofederalquitomilánparis?
Sentí………………………………………………………!
Dios debe estar por aquí… debe estar…
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo…
Dios…
La paz sea contigo
Y con tu espíritu
Shalom Shalom
Dios…
Dios mira su reloj y dice: ¡Oh Dios, otra vez es tarde!

viernes, enero 09, 2009

Notas para un poema XIX

Yo soy el de guardapolvo blanco. Y el que está a mi lado en la 
foto –sombra ya anunciada- es el Hastío. Estamos sentados en un 
último pupitre del aula de la escuela. Yo le muestro mis figuritas y 
el Hastío las de él. Todo en silencio. Luego nos abocamos a otros 
juegos. Miramos por una ventana y vemos caminar futuros 
cadáveres. Convenimos en que el dibujo de la rayuela es un cuerpo 
humano. La tiza borroneada en la palabra Cielo se parece a una 
mancha de humedad en una pared. Recito viejos chistes mientras 
el Hastío se aburre localizándonos en un planisferio rugoso. En un 
cuadro, San Martín empuña una varita mágica por la que brota una 
bandera celeste y blanca sin palomas ni conejos. En el pizarrón 
negro no hay nada escrito. Es un cielo nocturno con estrellitas que 
no brillan. De pronto el Hastío me señala las tetas de mi maestra 
de quinto grado. Yo, en cambio, tengo presentes los ojos de 
Alejandra, de cuarto B, que se parecen a los de Gabriela Gilli. 
Extraño mi casa. Quiero irme, quiero ir a ver a los Tres Chiflados. 
El Hastío me tironea de una manga, me arruga una solapa y me 
muestra un crucifijo. Le repito que me voy, que estoy harto.  
-Ya está bien por hoy. Dejemos las “cuestiones del alma” para 
otro día.

Esperamos una carta que se abra en mil palomas. 
Esperamos una carta que baje como una estrella implacable y nos 
ampute la soledad antes de que se haga gangrena.

Ah, escribir ahora una línea que justifique mi día en este mundo… 
¿Quién pudiera? Estoy cansado y tengo un yunque sobre mi cabeza. 
No se trata de tener un fósforo y una gota de agua, ni de seducir 
musas. Hay que tener un fuego con el que podamos dar de beber. 
Encender los minutos, que llegan con su hambre de cachorro, 
como a velitas de cumpleaños. Derretir el yunque e inscribir en él 
con delicada algarabía algo así como un alentador epitafio. 

Repleto del vacío de las horas, camino intangible de la mano del 
hastío.

En el paraíso de las musas, La Muerte es un ángel caído.

Como en la ciudadela de Ferrer “Cuando acabe de morirme sé que 
estarán mis compinches velándome en tus cornisas” Estos versos 
de gran belleza me acompañan siempre, son mis compinches. 
También yo quiero llevarme el “crepúsculo en mis huesos, chiflado 
de melancolía”. 
Siento que asciendo a los balcones, a los techos, a los cables de 
alumbrado, a las chimeneas, y saludo en las cornisas a mis amigos, 
a mis novias, a mis perros queridos. Ah si todo fuera subir a los 
techos para recuperar la pelota atrapada en la canaleta del desagüe 
para seguir jugando… 

viernes, enero 02, 2009

Notas para un poema XVIII

Dejar caer una gota de agua sobre una mesa. Tomar un fósforo. 
Frotar el fósforo contra la gota de agua y encender un poema.

Ahora vuela una abeja tras el ventanal. Se pasea por el jardín en 
círculos irregulares. Es una gota de miel flotando al sol. Perdida, 
anda tras la miel de la melancolía.

Cuando se rompe un verso-llave-espejo no sobrevienen años de 
mala suerte. La mala suerte reside en que el espejo no espeje, en 
que la llave no encuentre la cerradura del poema y que el verso 
no sea más que un verso.

La magia de la poesía consiste en tomar un trago de brisa en 
ayunas y vomitar los dieciocho vasos de whisky de Dylan Thomas. 

Las lágrimas no lloran. Tampoco caen. De brillar, suben.

Si yo fuera un poema sería uno muy malo, por cierto. Escrito por 
un aprendiz que gustaba de hacer bromas.

La cruz que colocaron en memoria del hombre que se ahorcó en el
árbol que se ha secado, también está seca. Como si alguien en ella 
hubiera sido crucificado.

Punto de fuga. De él hago partir rayos como los de la rueda de una 
bicicleta. El manubrio está hecho de dos fideos. El resto se resuelve 
en una cola de cometa. A la bicicleta rauda se sube un soldadito: 
ese verde que está de pie en el primer estante de mi biblioteca. 
El soldadito es uno de los tres que me quedó de recuerdo de mi 
infancia. Ya no tiene armas y le falta una mano: fueron masticadas 
por los dientes de mi hermana cuando yo era chico.
Allí va, Patricia, parte hacia el cielo, recibilo, mordelo un poco más, 
está demasiado entero. 

Está tronando afuera, y los parlantes del cielo se desgañitan. Caen 
las primeras gotas como si llevaran demasiado tiempo aburridas 
en el regazo de las nubes. Truena muy fuerte, como si alguien 
quisiera vendernos una lluvia.

Cuando llegamos a la esquina, mi sombra dobló hacia la izquierda 
y se esfumó. Me detuve. A mis pies yacía la sombra de un árbol. 
Alcé mis brazos y me quedé estático ante la mirada de un niño.