domingo, marzo 08, 2009

Notas para un poema XXIV

Ahí vienen las excusas. Me invaden, me cercan. Me conminan a que las exhiba con la fuerza de un estandarte y no son más que un flácido sable amarillento. Ah, quién coserá mi boca en esta noche de renuncias. 

Crepúsculo. El mar de la tarde como mirado rojamente por la boca mal pintada de una prostituta. 

La bicicleta con alas de José Pedroni un día va a volar. 
Y empezarán a volar todas las bicicletas del mundo. El mundo, 
que según José, es una bicicleta también. El cielo será un velódromo -como quería José que todos los pueblos tuvieran-, y las bicicletas volarán acá y allá y más allá. Nada las podrá detener. 
Ni la guerra. Tampoco los negocios de los hombres por la paz podrán alcanzarlas.

Moby Dick mira el cielo de la tarde y el sol es un inmenso goterón que llora al mundo. Un ojo de ballena que se apaga en el mar del cielo de la tarde.

Las cartas que esperamos se encuentran en algún lugar. Han dejado de volar y habitan un buzón en el tiempo. El buzón es su nido.

Nunca comí naranjas más sabrosas como aquellas que olía cuando mi padre las pelaba después de la siesta. Tomaba su mate cocido 
en un jarro de aluminio con el escudo de la Marina. Hundía sus dientes en los gajos y todo el aire se perfumaba de naranjas. Caían gotitas en la mesa como si la mesa fuera tierra fértil y nos fuera a dar después un árbol de naranjas. Antes de volver a su trabajo, mi padre se calzaba el llavero en el cinturón y encendía medio cigarro. Las llaves tintineaban cuando él se iba y una voluta de humo se 
alargaba y se escapaba por la puerta. Las naranjas quedaban solas, colgadas bajo el techo de la casa. Se abrían paso entre el brillo de las llaves y el humo del cigarro. Como naranjas encendidas, andan por toda la casa las manos de mi padre.