domingo, septiembre 07, 2008

Notas para un poema III

En mi sueño se desplegaba un mapamundi. En él se divisaba la 
casa de mi infancia. Después era un papel blanco escolar cuyos 
bordes se parecían a los puños de un guardapolvos. Yo orinaba sobre 
el papel. Yo era un desagüe y alrededor era otoño. Hay un 
dejarse llevar que tiene una poesía secreta al orinarse uno en la cama.

Recuerdo cuando pesqué un bagre y al tomarlo se me clavó una aleta 
lateral en el dedo medio. Las aletas de los bagres son aserradas. 
Fui a que me la quitara mi padre. Pero ahora me doy cuenta de que 
anduvimos, aquel pescado y yo, caminando unidos por la calle.

El problema del poema es que hay que escribirlo. Sospechar que de 
algún modo ya está hecho entre las páginas del aire. Saber que él 
no nos necesita.

“Que el verso sea una llave que abra mil puertas”, proponía 
Huidobro. Yo hasta he procurado valerme de ganzúas.

Por el aire pasaba un bagre infinito.

Un pez que hablaba del aire cuya voz imitaba la balada de un grillo 
muerto.

Pasaba un hombre muy encorvado, como si viniese de abrazar una 
gran pelota.

La cama del muerto con su manto de luz lleno de partículas que 
cantan una canción llena de ausencias. Parece una idea de Van Gogh 
pero pintada por Rembrandt. 
La pintura entendida como vía de modificar una sociedad aún está 
por pintarse. La sociedad modifica las pinturas según pasan las 
generaciones.

Una llave que abra mil puertas a unos le dará poder, a otros, 
sensación de inseguridad.

Un mástil al que le crece una bandera que hay que podar hasta 
dejarla en estado de esperanza.

La cama del muerto ilumina la habitación más allá de la luz que 
desenrolla sobre ella la ventana apenas asomada. El colchón 
hundido es un molde vacío. 

Pasaba un hombre muy encorvado, como dispuesto a dar una 
vuelta carnero.